
Foto de Annie Spratt en Unsplash Texto: Susana Aragón Fernández
Montes y montes acumulados en los pies,
cimas y horizontes retenidos en los ojos,
bromas tontas y risas almacenadas en los labios
tiempo, años compartidos, días, semanas,
noches que parecían eternas, dos respiraciones
Llegó la enfermedad
un ser enorme y sin modales entrando por la puerta a empujones
pareció tirarlo todo de un manotazo
pareció un alud impetuoso, despiadado
rodando por la montaña blanca y hermosa
con los detalles cotidianos, las canciones y los sueños
Diagnóstico sin compasión
y tiempo de cuidados, de reservas,
de no mostrar dolor por no causar dolor
escondida el alma asustada en la caverna oscura y solitaria
queriendo sostener el universo anterior con fuerzas menguantes
con ánimo atenuado, con pasión debilitada
por no causar más dolor, calló, guardó sus lágrimas, las encerró
Se fue, dejando una estela dulce y amarga
dejando un interrogante ¿por qué no lloramos juntos esa despedida?
Dejando su mundo huérfano, su familia huérfana,
sus amigos huérfanos, los montes que admiró, huérfanos
Y cayeron las hojas de los árboles, brotaron de nuevo
y volvieron a caer, llegó uno y otro invierno
uno y otro verano
y un día primaveral, una noche primaveral, se coló en un sueño
llegó para vivir ese momento que había evitado
consciente en el más allá de su deuda pendiente
vino con el abrazo a romper el dique de las lágrimas
vino para llorar juntos la despedida
y en la unión de las lágrimas resplandeció el amor
más allá de la muerte
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