Fotografía: cortesía familia Fernández Urdaci

Texto: Susana Aragón Fernández

 

Él  lloraba con cada cajón que abría

Con cada persona amiga que encontraba

Lloraba mirando la lata de anchoíllas  que a ella tanto le gustaban

Y mirando el escaparate de la ferretería donde siempre se detenía

Lloraba por cada esquina por donde pasearon

Por sus flores preferidas y por las manzanas ácidas que solía comprarle en el rastro

Lloraba oliendo su aroma en el abrigo rojo

Y mirando los zapatos que quería llevar al zapatero a poner tapas

Lloraba cuando en la radio sonaba la canción de Sabina

Que tantas veces ella tatareaba.

Y un día.. .. soñó y ella estaba allí, en su sueño

Y estaba tal como la conoció hace ya tantos años

Con su piel fresca y lozana

Su cara lucía tersa y radiante

Redondeada y con una amplia sonrisa,

La sonrisa ilusionada de la joven que va a su primer baile

No quedaba rastro de las arrugas que se profundizaron con el dolor

Ni quedaba rastro de tensión…

Cada poro de tu piel cantaba “¡ya no sufro!”                                                       

El brillo de sus ojos decía “¡ya no hay dolor!”

Su vida volvía a desplegarse resplandeciente.

Entonces aparecías tú y ella se te acercaba

Y lo mismo q hizo aquella primera vez que salisteis juntos

Con total naturalidad pasó su mano por tu brazo quedando así entrelazados

Te miraba con complicidad y con mucha frescura te decía  (y había invitación en su tono)

“¡Qué, marido, ¿damos una vuelta?”

Y así, del brazo, bien joviales os alejabais charlando.

 

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