
Foto de Robert Katzki en Unsplash Texto: Susana Aragón Fernández
Durante mucho tiempo parecía que la vida era en blanco y negro, que algo era o no era, que existía el 100% o el 0%, cualquier cosa era o sí o no. Alguien te quiere o no te quiere. Alguien te cae bien o mal. Si una persona era ciega significaba que no veía, pero no veía nada: o era ciega o no. O ve o no ve, o 0 o 100. Lo mismo con una persona sorda: o puede oír o no. Alguien es capaz de algo o no.
Afortunadamente llega un día en que esa forma de ver el mundo, un tanto raquítica, se enriquece y se descubre la amplia gama de posibilidades en el campo de la visión, en el campo de la audición y en muchos otros campos. En ese tránsito es necesario superar la impresión primera e infantil que llama interiormente “farsantes”, “impostores” a los que no están en el 0 o en el 100 de cualquier clasificación: “Creía que no veía, pero ve algo, es mentira que sea ciego; creía que no oía, pero oye algo, es mentira que sea sorda, “creías que te quería pero no te ha hecho un regalo por tu cumpleaños”…”. Se trata del descubrimiento de los grises y los colores infinitos: los intensos, los colores pastel, los colores que se entremezclan y son difíciles de definir, los colores brillantes, los colores de tonalidades cálidas… Es el paso del blanco y negro y de los colores primarios al mundo infinito de los matices.
Sobrepasado este primer escollo, supone un gran salto hacia delante descubrir el gran abanico de dificultades y de posibilidades de visión, de audición, de capacidades de todo tipo, del cariño… la riqueza y la complejidad de los matices inclasificables, los tantos por ciento que incluyen varios números decimales: 27,3458%, el 63,2014%…
Los distintos grados del amor, de los sentimientos…. de la soledad. La soledad al 0%, al 100% y en su amplia gama de estados. La soledad que a veces nos visita con su traje estrafalario y se queda un tiempo y luego se va para volver a visitarnos más adelante. La soledad que se instala en un corazón que ha perdido todo aquello que daba sentido a su vida y lo va cubriendo de cristalitos de hielo que hacen dolorosos los pasos más sencillos. Hay momentos en que la soledad llega en medio de mucha gente: una tarde de domingo en que las familias se muestran más dicharacheras, unas fiestas o un concierto multitudinario. En largas temporadas no hemos sabido de ella mientras que en otras la vemos llegar en un aeropuerto, entre maletas, billetes, gente que viene y que va a paso rápido, ilusiones y despedidas. Y da pereza recibirla porque es una visitante incómoda que siempre está haciendo preguntas impertinentes. Así, con ella al lado y conforme despega el avión decides hacer como que no le has escuchado para dejar que resuenan esos versos de José Agustín Goitisolo.
“Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti,
como ahora pienso…
La vida es bella ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor,
tendrás amigos…”
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