
Esperando en el semáforo de la plaza de las Merindades
mientras los coches y las villavesas, incansables, recorren la localidad
Pisando el asfalto que arde en estos días de agosto
como si fuera una persona experta en ciudades
como si conociera las entrañas de la civilización
como si supiera los entresijos de sus gentes, los mecanismos de sus relaciones
Puede parecer que conoce bien cada muro, cada grieta,
cada persona que también espera a que el semáforo de peatones cambie de color
Pero nada de eso: le acompaña un continuo “no saber” de qué va todo esto
como si hubiera llegado de la jungla hace no mucho tiempo
Hace poco más de una hora se zambullía en un río cercano
rodeado de árboles y matorrales,
con ese olor que desprenden los ríos de vida y humedad
enfrente, un bello puente que atraviesan embelesados los peregrinos que caminan a Santiago
Una peregrina saludándole desde el puente y ella desde el agua devolviendo el saludo
Como una niña feliz por salir de excursión,
como si volviera a los primeros años, de piedras y palos
de renacuajos y ranas, de compañía perpetua
Como si fuera una trucha en un medio perfecto para deslizarse y crecer
Esa nutria, esa esbelta garza, ese barbo, esa cálida luciérnaga
viven dentro de ese cuerpo que atraviesa la Avenida de la Baja Navarra
cuando han pasado los 90 segundos de paso de los vehículos
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