
Foto de Sean Robertson en Unsplash
Comenta Mapi que en unos cuantos años se propone vivir “sin filtro”, lo que se puede entender como “digo lo que se me pasa por la cabeza, sin censuras”, sin tener en cuenta lo políticamente correcto, las tendencias y las modas, el pensamiento desnudo, tal como se cuela entre los pliegues del cerebro, las sensaciones, emociones, impresiones, planes… todo ello brotando y saliendo como en una cascada por la boca, directamente, sin diques ni frenos. Vivir sin filtro.
Esta semana he experimentado qué supone tal cosa en un encuentro casual con unos conocidos de mi padre (conocidos lejanos porque él ni sabía el nombre, ni mayores detalles, pero se trata de esas personas cuyos rostros se hacen familiares, que seguramente han formado parte del escenario vivido por las calles de la ciudad durante muchos años). Dos hombres que pasan de los 70 y pasean en una tarde de julio por las calles de una ciudad que recobra su silencio y su paz tras los días de fiesta.
El que habla no sé si alguna vez tuvo filtro pero si lo tuvo en la actualidad no queda ni rastro. En poco rato conocemos gran parte de su vida, sus deseos, su intimidad, algunas experiencias sexuales, cómo se ha dedicado al cuidado de sus padres hasta que murieron (“cuidado del que no me arrepiento, pero ¡cómo me gustaría tener una compañera!”). Sin filtro y con algunas palabras no para escandalizarse, pero no muy apropiadas para usar con unas damiselas desconocidas (que si “echar un kiki”, que si “me corría todos los días”, que si “me puse cachondo en la villavesa”…). “Viejo verde”, comentó mi madre, pero sin desprecio, casi con comprensión ante su soledad y por la sorpresa de la conversación. Es un hombre menudo con hombros que han empezado a encorvarse. Sus ojos no son los de un viejo, sino las de un niño grande al que se le han pasado los años y todavía sueña con que sus padres le compren un globo de helio por San Fermín. Todavía sueña y desea… y, sin filtro, lo dice, porque está totalmente presente en su pensamiento, en su necesidad. Y hace bien: “¡Qué feliz sería con una mujer y… qué feliz le haría! Si te cansas de tu marido, vente conmigo”. ¡Ojalá encuentre alguien con quien compartir esos sueños, con los ojos chisposos y la sonrisa dispuesta a dar toda la felicidad que pueda!
A los días, los campos que nos rodean esperan amarillos y sedientos un día de lluvia tras varias olas de calor en este verano. Visitamos a Tina, y sucede lo contrario al señor “sin filtro”. La pandemia nos ha dejado un largo paréntesis sin vernos y el paso del tiempo es llamativo. Sigue alta, elegante, con su melena castaña impecable, pero su cerebro se ha transformado y le ha dejado un atasco, una dificultad para convertir su pensamiento en palabras que pronunciar y comunicar. Un rígido filtro que impide que sus palabras broten, quedando atascadas en alguna curva del cerebro. De vez en cuando consigue decir algo y alegra saber que sigue aquí, que aunque no parece la misma, es ella y quizá sufre, o no, es la misma con un gran freno en su cabeza, es la misma a la que querer y, a estas alturas, cuidar y proteger.
Mapi, ¡si llegamos a vivir sin filtro, ojalá nuestras palabras reflejen unas aguas refulgentes, unas bravas cascadas salvajes, un frescor de paseo donde las olas rompen, un chisporroteo de llamas ardiendo en la noche!
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