¡Cómo lo vas a malcriar!

Fotografía y texto: Susana Aragón Fernández

¡Cómo lo vas a malcriar!, eso es lo que me dijo aquella mujer vestida de uniforme, seguramente enfermera, quién sabe si matrona, ginecóloga, auxiliar sanitaria… Ella había participado en la última fase del parto y salía del paritorio, a la vez que yo. Yo en la camilla y ella andando. Ella había presenciado mi petición “dádmelo”, “acércadmelo”, no recuerdo qué palabra habría utilizado para pedir con un tono de súplica y urgencia que nacía de mi útero recién vaciado: el caso es que necesitaba sostener ese bebé que había llevado dentro durante meses, me urgía tenerlo entre mis brazos, mantenerlo cerca, conocer su piel, el contorno tierno de su cabeza perfecta, oler su aroma, sorprendeme con esa boca tan familiar, besarlo y darle calor. No era un capricho: era una fuerza de animal mamífero la que me impulsaba a esa insistencia después de esperar a que le hicieran los primeros cuidados del recién nacido. Es cierto que estaba entre gente que no conocía, no sabía el nombre de nadie y mi cuerpo abierto estaba en sus manos. Y yo confiaba totalmente en ese maravilloso equipo que me ayudó en ese momento tan especial y único.

Mi matrona, Juana Turrillas, ahora ya jubilada, fue una compañía sabia, atenta y alentadora durante todo el embarazo. Su experiencia y forma de ser y trabajar merecen un monumento en nuestra ciudad. Consejos, ánimos, sugerencias y todo rápidamente, sin perder el tiempo, sin lamentaciones ni puntillismos. Al grano, como la vida, que no se detiene. Atentas, confiad en vuestras fuerzas y en el equipo médico y en todas las ayudas médicas. No os volváis locas. Cuidaros para cuidar. Cuidad vuestra herida con agua y sal: la herida siempre bien limpia y bien seca. A ver ese caldo de gallina para el posparto… ¿Oxitocina?, ¡venga! ¿Epidural? ¡adelante! El caso es ayudar al parto y evitar que el bebé pueda sufrir porque ese viaje por el canal de parto es el viaje más importante de su vida y donde más se la juega. Juana, ¿dónde está tu monumento?

De la primera ecografía salí impactada. Fui sola porque él trabajaba a unos 100 kilómetros de casa. Tampoco se me ocurrió decirle a mi madre que me acompañara: me lo tomé como una visita médica, sin más. No me esperaba lo que iba a ocurrir: ¡vi en la pantalla ese pequeño corazoncito latiendo! Pero ¿cómo puede ser esto? La verdad que no me lo esperaba y al salir corrí a llamarle. No me cogió, pero dejé un mensaje en su buzón con la voz entrecortada por la emoción «Me han hecho la ecografía…he visto un poco el bebé….!le latía el corazón

Ese latido me dejó bien claro que era otro latido, no era mi latido. Él ya tenía su propio motor, ya tenía su ser más allá de mí. Yo era su refugio, su cueva, su hospedaje y quería ser la mejor posadera, el refugio más cálido y alegre. Por eso los propios cuidados (sin exagerar, claro) entonces cuando estaba dentro y los cuidados cuando ya nació.

¿A qué venía esa frase “¿Cómo lo vas a malcriar?”. Esa palabra dicha por una desconocida retumbó en mis oídos “malcriar”, “malcriar”, “malcriar”… y una rebelión interna me defendió y defendió mi sentir afirmándome en un silencio sabio: “Pues claro que lo voy a malcriar, si por malcriar se entiende querer apasionadamente, abrazar, acariciar, besar… lo voy a malcriar a tope, si señora, que luego ya se irá, ya volará y no podré malcriarlo más”.

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