
Photo by Badal Patel on Unsplash Texto: Susana Aragón Fernández
Paso todos los días por debajo de su casa. Desde aquel momento en que me fijé en él, ya no puedo evitar mirar hacia su ventana siempre que paso por ahí. Lo que era un bloque más, de los bloques vecinos, se convirtió en un misterio en el instante en que me sorprendió un hombre asomado a una ventana y dando gritos. Yo iba en bici y el intento de conocer la procedencia de los alaridos me desequilibró un poco, pero no fue difícil descubrir el origen de esos sonidos para mí inusuales. ¿Quién era ese tipo? ¿Por qué gritaba? ¿Le habría parecido mal mi incorporación rodada a su calle desde el cruce de la otra calle? ¿O gritaría a otra persona? ¿O sería por otros motivos?
Suele tener la ventana abierta y desde la calle se puede ver un techo lleno de garabatos negros sin sentido, sin figuras, como si fuera la expresión de un infierno de días tormentosos y noches sin dormir. Cuando se van encendiendo las farolas del barrio, en su casa se puede ver una triste bombilla acompañando el ambiente mortecino de este hombre que parece vivir en el infierno. La impresión es siniestra y lleva a pensar que si el techo, que es lo único que se ve de ese piso desde la calle, está así ¿cómo estará el resto: la cocina, el baño, la habitación? ¿Cómo será el aspecto de este vecino, su ropa, su pelo? ¿Tendrá alguien que le acompañe? ¿Cómo se sentirá al levantarse de la cama y por las noches? ¿Cómo se sentirá ahora mismo?
¿Quién será este hombre que vive a pocos metros de mi casa? ¿Estará enfermo? ¿Quién le atenderá? ¿Quién le cuidará? ¿Qué cuidados necesitará? ¿Estará solo? ¿Le habrán dado alguna medicación? ¿Alguien se preocupará por él? ¿Cómo habrá vivido este hombre el confinamiento riguroso que nos trajo la pandemia? ¿Quizá se sienta confinado de por vida? ¿Qué fantasmas le perseguirán? ¿De qué color verá el mundo y las personas?
Me quedo pensando en su niñez, en sus padres y familia ¿dónde están? Seguramente murieron ya. ¿Se habrá quedado él en la casa familiar, pero ahora sin los cuidados que entonces tuvo? Habrá ido a la escuela de pequeño, habrá tenido sus amigos y sus juegos. Le habrán querido. ¿Y hoy? ¿Por qué esos gritos? ¿Qué nos dice de esa manera? ¿Está solo? ¿Está enfermo? Nuestra rígida sociedad de la estricta protección de datos ¿permite que alguien haga algo por él? ¿Hay alguna forma de que su vida pueda tener algo de paz?
Hoy volveré a pasar debajo de su ventana y seguiré pensando en su infancia y en un mundo que se le fue cerrando hasta llegar a esa “caverna” donde vive y desearé que su vida pueda volver a tener algo de luz, que sus paredes vuelvan a lucir blancas y limpias y que pase algo para que él no tenga que gritar su dolor a los cuatro vientos.
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