
Photo by François Germain on Unsplash Texto: Susana Aragón Fernández
Las tardes de nieve, a la salida del colegio
ellos agazapados con miles de bolas preparadas
nosotras saliendo de clase con el alboroto del paisaje blanco
la desigual batalla que arruinaba la belleza del día
y anulaba las posibilidades de jugar, hacer un muñeco,
lanzarse bolas, sin hielo por dentro.
Desigual batalla que nos convertía en cervatillos
que huían ante la llegada de los lobos.
Lo mismo que las tardes de tirabiques y tacos de alambre gordo.
Las tardes de cumpleaños: hermanos, primos, vecinos, amigas…
cuerpos menudos, chocolate y panes tostados
las velas, la canción conocida
sin compromisos de regalos, lo normal: el no regalo
y las risas simples y los juegos en el patio.
La tarde volviendo a casa y esa compañera tirándome de las coletas
¿por qué lo haría? Sin preguntas, sin reproches, sin querer entender nada
“pues no es mi amiga y ya está”
Con otras ¡qué a gusto!: con Mila me río mucho,
con Tere me siento muy bien:
Cristina, Begoña, Antonia, Maribel, Irene, M.ª Jesús,, Marian…
La mañana del ejercicio de confianza en clase de religión
y Rosa Mari haciendo de guía y yo de ciega
la mañana en que aprendí a desconfiar
justo en el ejercicio de aprender la confianza
porque mi guía, quizá por hacer la única gracia que se le ocurrió en su vida
me llevó directa a una farola donde choqué con toda la boca
y la pala se quedó hacia dentro, por un milagro no se cayó
pero quedó para siempre debilitada.
Los fines de semana de excursión por el monte con el grupo scout Flor Roja
las botas con suelas de plataforma por el barro de las calles de Reta
las casas sin baño, con cuadra; sin calefacción, con fuego
los árboles acompañándonos por los caminos,
los cencerros de las vacas.
Con el tiempo nos fuimos haciendo rumiantes
quienes éramos simples golondrinas
la vida que iba y venía y no se quedaba más tiempo
que el del impulso del viento que la traía
a veces llegó a paralizarse, a estancarse
y las malas experiencias, los disgustos, los conflictos
se nos quedaron dentro
y una y otra vez intentamos digerirlos, sin conseguirlo
pasan los días y los meses y somos rumiantes
y ahí dentro quedan unas palabras dichas, unos mensajes de wasap
unas líneas en un correo electrónico
nada más bestia de lo que de bestia vivimos en nuestra niñez
y que no se quedó dentro
tonos, sutilezas, malestares que en el rumiar, crecen y toman asiento.
Ahora entiendo lo que decía Jesús:
“si no os hacéis como niños…”
Los niños, con sus ojos luminosos
sus cuerpos ocupados por sus almas enormes
siempre esperando todo, confiando en que todo puede ser
cuerpos de fácil digestión, los alimentos alimentan, los restos salen
cuerpos de profundos sueños, cabezas soñadoras
con fe en lo imposible.
Lejos de ser rumiantes, simples golondrinas.
¿Y si nos hacemos como niños?

Photo by Julian on Unsplash
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