Alba, maestra


Photo by Robin Ooode on Unsplash

Es un día de verano para juntarnos, para pasear por el monte y para disfrutar de una rica paella en el pueblo de los amigos. Los campos navarros están más amarillos que nunca, o quizá es el efecto de llevar la tierra grisácea y negra de Almería en las retinas. Negro y azul al sur. Amarillo y verde al norte. Las bellas tierras desérticas de Las Negras besando el Mediterráneo y la exuberancia de bojes, enebros, espinos y encinas de los paisajes navarros.

Somos varios adultos. Algunos no nos hemos visto desde antes de la pandemia. A pesar de ser verano, el termómetro no ha llegado a los 20 grados y la impresión es fría. Confiando en que el ejercicio ayudará a vencer esa impresión, echamos a andar. Vamos prevenidos contra las garrapatas, que según dice Miguel, son amantes de los bojes y esperan a caer y anidar en quien pase a su lado. Elianne tuvo un problema hace no mucho porque una de ellas le cayó en la cabeza y le causó una infección que tuvo que tratar con antibióticos. Así que, con esa precaución nos movemos entre los bojes aromáticos.

Alba es la más jovencita de todos: nuestra veinteañera. Entusiasta, tierna, amigable, escuchadora, respetuosa… En un momento del camino se ha detenido: quiere recoger una mascarilla que está tirada cerca de un arbusto. Me da la impresión de que los demás hemos pasado al lado y ni siquiera la hemos visto. Pero ella sí y piensa en cómo hacer para no dejarla ahí sin tener que mancharse ni las manos ni su mochila. Coge la bolsa de plástico donde lleva su bocadillo y ayudándose de un palito, alcanza la mascarilla con cuidado de no tocarla y la mete en esa bolsa que será la de los desperdicios de la excursión. Alba, tranquila, decidida, sin darse ninguna importancia y con una determinación vigorosa: digamos lo que digamos, ella la va a recoger. Nos enseña sin pretenderlo. Alba, maestra, toda frescura, nos enseña sin palabras, simplemente creyendo y haciendo. Sin quejas, sin reproches, sin juicio hacia quien la tiró o, seguramente, la perdió en un descuido, sin monsergas ni teorías. La recoge y sigue adelante.

Desde ese momento, lejos ya de Alba, esté donde esté, si voy paseando busco por el suelo un palito, lo cojo porque sé que he de encontrar la mascarilla que a alguien se le ha caido en cualquier cuneta, en cualquier bache del camino, en cualquier rincón. Y escrupulosamente, sin tocarlas, las pesco e imito a Alba: las echo en la primera papelera que encuentro. Sin comentarios, sin lamentos ni quejidos, con ímpetu, sin más, como Alba.

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