Mataron a su hermano, cruelmente, no una sino muchas veces. Lo mataron cuando solo tenía 26 años y estaba esperando su primer hijo. Lo mataron en cada silencio, en cada cobardía, en cada pintada en la lápida, en cada intento de justificación de su muerte, en cada mirar para otro lado. El virus del odio. “El odio es preciso, calculador, medido, meditado. Lo contrario del amor”,* así dice Carlos.

Su padre, siendo un hombre bueno, “limpio como su mirada”, llegó a enfermar con ese virus maligno que reseca las entrañas, que hiela las emociones y las horas de cada día, que hace crecer solo planes horribles de destrucción, que finalmente son autodestrucción. Un virus letal al que hicieron frente haciendo una piña familiar, trabajando juntos intensamente y luchando día a día por extraer y eliminar al virus del odio.

El amor enfrentándose al odio sin descanso: discusiones, ruegos, disgustos, lloros… del hijo que lucha por el padre dolorido y enfermo.

Una lucha para atraer al padre a la vida.

Una lucha de titanes y de lágrimas, de rabia y esperanza que no cesa hasta que aparece esa primera sonrisa del padre ante uno de sus nietos. Luego llegarían más y más sonrisas a los nietos primero, a los hijos después.

Que el odio no tenga la última palabra puede ser la mayor de nuestras batallas.

Que el AMOR cure nuestras heridas y nos dé vida: sonrisas, calor y aguas que fluyen.

• Las cinco muertes de Jesús María Colomo

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