
Photo by Andre Silva on Unsplash Texto: Susana Aragón Fernández
Hoy hemos hecho varios exámenes en el colegio. Estamos terminando la primera evaluación y urge la parte de evaluar, calificar y cumplir con esas exigencias. En segundo curso habían tenido ya un examen en la primera sesión y a segunda que tenían conmigo, también tenían examen, así que he decidido explicarles bien qué tenían que hacer y para acompañar el trabajo, les he puesto una música bajita instrumental de guitarra.
Los niños estaban tranquilos, concentrados en la tarea. La clase tiene 12 ventanas pequeñas, seis a la derecha y seis a la izquierda y una o dos se mantienen permanentemente abiertas para asegurar la ventilación en estos tiempos de pandemia. Alumnos y maestras convivimos con las mascarillas puestas. Les he conocido así y ellos a mí. No sé cómo eran antes, cómo son sus caras ni sus sonrisas. Por eso me sorprende tanto cuando les veo (si les veo) sin su mascarilla, almorzando. Como si fueran personas diferentes. Tengo la impresión de que no les conoceré cuando pase todo esto y vivamos “a cara descubierta”. Seguramente a ellos les pase lo mismo conmigo.
La música de guitarra sonaba cálida, acompañando, dulce, el momento de esfuerzo. Y en medio de esa calma dice Emma “Silvia está llorando”. He mirado hacia Silvia y me he acercado a ella “Silvia, ¿qué te pasa, cariño?”. “Es que esta música me recuerda a mi padre… y está muerto”. Glup, no tenía ni idea. “¿Quieres que la quite… o la cambio por otra?” “No, no, déjala”. Y me he quedado un rato con ella, primero en silencio y luego le he preguntado si creía en Dios por enfocarlo de una manera o de otra según su creencia. Cuando ella me ha dicho que sí, le he dicho: «Pues piensa que tu padre está con Dios y que quizá es ahora para ti como un ángel de la guarda, como que te acompaña. Seguro que él quiere verte crecer, verte aprender, verte feliz… ¿Quieres mandarle una carta?«. Silvia ha dicho que sí.
Conforme terminaban el examen los niños podían dibujar y pintar un rato. En ese momento Silvia ha aprovechado para escribir esa carta. Al terminar la clase se me ha acercado y me ha dicho “mira”, mostrándome un avión de papel que cargaba un papel casi tan grande como el avión: ahí iba su carta: “Papá, espero que estés bien. Te quiero. Silvia”.
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[…] leí lo último que escribió sobre esa alumna de 6 años que lloró en clase porque se acordaba de su padre muerto, una maliciosa vocecita interior me dijo […]
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Me encanta, Susana! Gracias por esta mirada tierna, tan humana…
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¡Gracias! Son pequeñas «fotografías» de cosas que nos pasan cada día… Un abrazo
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