
Photo by Theme Inn on Unsplash Texto: Susana Aragón Fernández
El lunes nos portamos realmente mal en clase. Empezamos desde primera hora, con Manu, nuestro tutor y seguimos de mal en peor. No sé qué nos pasaba. Teníamos muchas ganas de hablar entre nosotros, muchas ganas de juerga. Yo no podía contenerme y hablaba a cada rato. Decía Manu que dejara de interrumpirle cada vez que empezaba una frase. También Amelia, la de inglés y Carolina, la de Talleres. Pero no sé si por un fin de semana metido en casa, con mis videojuegos, con ganas de ver a los amigos de clase, con ganas de qué sé yo… el caso es que no podía dejar de intervenir. Carolina llegó a hablar de “incontinencia” como algo que tiene que ver con esfínteres y con bebés y gente muy mayor o así. No le entendí muy bien la relación de esa incontinencia con nuestro comportamiento, en especial con el mío. Ella hablaba de incontinencia de palabras y movimientos corporales y que debíamos empezar a “contener”, que de este verbo viene incontinencia.
Al día siguiente, teníamos clase a primera hora con Carolina y nos dijo lo mal que se sentía por cómo nos habíamos portado el día anterior. Nos dijo muchas cosas que escuchamos y nos removió un poco. De repente daba rabia haberse comportado así, pero no sabíamos cómo salir de esa situación o cómo remediarlo. En ese momento ella preguntó “¿alguien quiere decir algo sobre lo de ayer?”. Entonces, Lucía, que, como yo, se había portado de pena el día anterior, levantó el brazo y dijo “yo quiero pedir perdón por cómo me porté ayer”. Entonces la maestra le agradeció el gesto y yo me dije “¡guau, qué valiente, Lucía, decir eso delante de toda la clase!”. La maestra siguió preguntando “¿alguien más quiere decir algo?”. Y cuál fue mi sorpresa cuando Andrea, que se sienta dos puestos por delante de mí también dice “perdón por lo de ayer”, cuando ella tampoco se portó demasiado mal. Y ya, sin que Carolina preguntara más, siguieron Raúl y Mateo disculpándose. Y yo me decía “si estos, que apenas molestaron, se disculpan, yo tendría que pedir perdón, pero qué van a pensar… no sé, por una parte me gustaría, pero por otra, a ver si van a pensar que soy un pringao…” y así me debatía en querer y no dejarme yo mismo. La maestra respondía agradeciendo a cada uno sus palabras y me pareció que hasta había una emoción desconocida hasta entonces en su voz al decir “gracias”. Se me pasó la oportunidad y seguimos la clase muy bien.
Ese día en el recreo me preguntó Carolina “¿Qué, Ansel, y a ti no te hubiera gustado disculparte?”, mirándome, de mascarilla a mascarilla, cara a cara (caras con solo ojos) y con una chispa de complicidad, como si hubiera escuchado mi lucha interior durante la clase. Y le respondí “sí, pero no me he atrevido”. No sé qué pasó pero me sentí alegre y como si ya me hubiera disculpado.

Arie Wubben on Unsplash
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