Menos es más


Photo by Prateek Katyal on Unsplash   
Texto: Susana Aragón Fernández

Una ya va cumpliendo años y, como suelen decir, el cuerpo va “sonando”, o sea, que acompaña pero ya no de forma silenciosa como ha sido durante tantos años. “Suena” y así te recuerda tus puntos flacos en los movimientos y en las pequeñas acciones, incluso en las más cotidianas.

Mirando hacia atrás puedo ver un largo camino recorrido, con muchos colores, personas queridas, esfuerzos y sudores, sufrimiento, dolor, alegría… En el punto en el que me encuentro me parece que he aprendido bastantes cosas de la vida y, como les decía el otro día a mis amigas de los jueves: “yo volvería a los 25 si pudiera saber todo lo que sé ahora”. Me siento mucho más sabia de lo que era entonces. He aprendido especialmente qué batallas quiero lidiar y cuáles no. He aprendido a decir SÍ o NO sin tener que justificarme. ¡Vaya, que he alcanzado mucho territorio del campo de la libertad, o eso es lo que siento, sobre todo si me comparo conmigo misma hace muchos años! Claro que en este terreno siempre hay que seguir, por supuesto. Cada uno ya sabemos los escollos y los pesos que seguimos arrastrando.

Últimamente mi mayor alegría son mis dos nietecitos: Marc y Aimar. Son mi gran tesoro. Marc cumplirá pronto 6 años y Aimar cumplió ayer 4. Como todos los miércoles, los recogí ayer del colegio y vinieron a comer a casa. El cumpleaños de Aimar estaba en mis pensamientos desde días atrás y de par de mañana tenía preparada una pequeña sorpresa: un rosco de nata, de los que venden ahora que se aproxima San Blas, con sus 4 velitas. También, envolví con papel de regalo unas máscaras de animales (tigre, oso, koala, león…) realizadas en goma Eva muy flexibles y bonitas que compré con mucha ilusión en mi último viaje a Madrid, pensando en lo que le iban a gustar al chiquillo. Las máscaras para Aimar y un libro para cada uno.

Aimar salió del cole con una corona de cartulina decorada con pegatinas y entró en casa preguntando por regalos. Su hermano también se sumó a la pregunta. “Son niños, claro, y lo esperan todo”, pensé. Ellos insistían preguntando por los regalos. Pero a mí no me gusta dar nada por supuesto ni que los regalos sean “obligatorios” y les dije que no sabía si habría o no regalos. En todo caso, si los había, serían después de comer.

Así, comimos tranquilos y para el postre pedí a Aimar que cerrara los ojos. Su hermano ayudó tapándoselos con sus manos mientras yo traía el rosco con las velas encendidas y los regalitos, cantando el “Cumpleaños feliz”.  Marc seguía todo con complicidad y alegría. Estaba muy feliz. Aimar parecía más nervioso, con esto de su cumpleaños. Entre los dos apagaron las velas.

Mi sorpresa llegó al abrir los regalos. Marc, que no se esperaba nada, se puso muy contento con su libro de pegatinas con tema de Castillos Medievales y se estuvo un buen rato entretenido pegando caballeros con sus lanzas. Aimar, en cambio, abrió su regalo y sin hacer caso de lo que había preguntó «¿hay más?» Entonces le animé a colocarse alguna máscara para que descubriera las posibilidades de juego de ese pequeño paquete.

Y me quedó una sensación extraña que me ha hecho reflexionar bastante sobre la abundancia, los excesos de regalos con que estamos rodeando a las nuevas generaciones. Nos hace mucha ilusión regalar, y cuanto más grande sea el paquete, mejor. Regalar, regalar y regalar… pero mucho, demasiado. No sé si les estamos haciendo un bien a los niños.

Estas reflexiones me han llevado a lo que contaba mi padre sobre la alegría que tenían de pequeños si algún día les daban una onza de chocolate y de cómo la hacían durar, como si fuera lo más preciado del mundo. Claro, él vivió en tiempos de posguerra y de escasez de todo. En tiempos de privación, cualquier cosa se valora. En tiempos de abundancia corremos el riesgo de no valorar nada. Con estas reflexiones iba yo por la acera cuando he leído en un cartel “Menos es más” y me he dicho “me ha leído la mente”.

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