Texto: Susana Aragón Fernández
La sandía era el postre estrella del verano. Pasábamos el día desde la mañana a la noche en la piscina y, como muchas otras familias, cada una se organizaba en casa su propia comida y luego la llevaba a diario a la zona cubierta que servía de comedor. Las neveras, fiambreras, cestas… se colocaban en unas mesas de madera plegables, tan plegables como las sillas. Todo quedaba encima de las mesas de par de mañana a modo de reserva de sitio. Una nevera marcaba el territorio para ese día para una familia.
Familias numerosas, sí, comíamos juntas, pero no revueltas. Cada una en su pequeño espacio. Los Salaberri, los Ayerra, los Iglesias, los Oyeregui, los Elso, los Belzunce, los Aragón, los Sánchez, los Ortigosa, los Aldave, los Villanueva, los Lacuey, los Tardáguila…
Entre baños, juegos, comidas al lado del río y más baños y más juegos pasábamos el verano. El juego de la rana, los saltos en la cama elástica, las carreras jugando al ping pong en grupo (la ruleta del ping pong permitía jugar a un montón de niños y niñas a la vez con sólo dos palas, una pelota y una mesa). Algunas tardes el juego era especial y Carlos y sus amigos proponían jugar a “Los Kurriños”. Jugar a “Los Kurriños” era jugar a crear historias con las marionetas. Y la delicia de jugar a subirse a caballo con Arrikutsuku, el hermano de Carlos.
Por alguna curiosa razón siempre había algún entrenamiento de natación, o bien para aprender a nadar o para mejorar estilo. Y los que ya tenían cierto nivel, tenían entrenamiento para competir. Hiciera frío o calor, si había que entrenar se entrenaba. No importaba que fueran las 10 de la mañana y que la nube estuviera pegada y no se apiadara de nosotros. No importaba que tembláramos de frío cada vez que salíamos del agua. Si había natación, se hacía natación. Unos con Isabel, otros con Limber, con Vidal y su melena castaña y rizada, con Rosa…
La imagen del frío de agosto en Pamplona es mi hermana Viki saliendo del agua con todo el cuerpo titiritando, los labios morados y en aquella postura tan difícil: con el cuerpo entero inclinado hacia atrás. Una postura que con el tiempo llegué a entender: se trataba de una inclinación de unos 30 grados sobre la postura recta, hacia atrás, para evitar que el agua del pelo le recorriera el cuerpo. Era la inclinación necesaria para que el agua cayera directamente de la melena al borde de la piscina. Todo acompañado de tensión muscular por todo el cuerpo. ¡Hay horas del verano que pueden ser bien frías1
Por las mañanas no había mucha gente en la piscina y reinaba cierto ambiente de orfandad. Nos custodiaba “el hombre de blanco”, ahora imagino que era el contratado para mantenimiento, pero entonces representaba la Autoridad y había que respetarle y tener cuidado de cumplir las normas para evitar su aparición. A partir del mediodía, la piscina se iba llenando de gente. Llegaba ya el calor. El rato de la comida era el momento del movimiento y del alboroto: niños en bañador, madres organizando los platos de plástico y los cubiertos, repartiendo la comida… y el río testigo de esos momentos. Con el postre a veces llegaba la sandía. Los días de sandía eran una fiesta: por el color de esta fruta, por su textura, por su frescor. Los padres de esas familias numerosas repartían la sandía con tajadas finísimas para que hubiera para todos.
En una de aquellas mesas uno de nuestros vecinos comía siempre solo y tenía toda una sandía para él. Era un gran comedor de sandía. ¡Le encantaba! Era una escena que llamaba la atención: por un lado tenía la suerte de poder comer toda la sandía que quisiera… esa rica y refrescante fruta. ¡El paraíso de la sandía!… Pero por otro lado, estaba solo. Seguramente él habría preferido tener menos sandía y más compañía. Y esto dejaba más un poso de pena que de otra cosa. Su soledad rompía ese paraíso.
Nosotros, seguramente algunas veces habríamos querido más sandía, porque nos la daban con mucho comedimiento, siempre teniendo en cuenta “que somos muchos y que debe haber para todos”, pero en ese reparto aprendimos muchas cosas. Entre ellas, que sabe mejor lo poco compartido que lo mucho en soledad.
http://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario/soledad-epidemia-del-primer-mundo/4242920/
https://confilegal.com/20180205-ministerio-la-soledad-britanico-la-soledad-afecta-la-salud/
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Qué hermosas remembranzas, me recordaron mi infancia tan acompañada de herman@s, amig@s, vecin@s y nuestros juegos tan sencillos y entretenidos sin sofisticación como la tecnológica en la actualidad y sin soledad como la que hoy evidencian los niños por la ausencia de sus padres que trabajan fuera de casa y los juegos unipersonales tan sedentarios como pasar el rato sentado frente a una pantalla y tomado de de la mano de un control.
Saludos
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Me preocupa la soledad en los niños, en los adultos, en las personas mayores…. Imaginarme un niño o una niña que viva su infancia sintiendo soledad me preocupa mucho, muchísimo. Y lo mismo jóvenes, adultos, ancianos… Y luego el tema de la tecnología, que ha llegado como una avalancha: ya no podemos imaginar cómo puede ser la vida sin las pantallas y demás. La tecnología nos encanta y nos atrapa. Nos estamos acostumbrando cada vez más a lo virtual, nos estamos dejando de visitar, de llamar en los cumpleaños, en cualquier momento, juntarnos por las calles, quedar para pasear, para charlar, para hacer planes juntos… La soledad crece: una alarmante soledad que ha llevado al gobierno británico a crear el Ministerio de la Soledad. ¡Gracias por comentar, Norma! Un abrazo.
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