El día de la Carpa Universitaria o Cadena de Favores

Carpa universitaria diario de navarraFoto: Diario de Navarra (David García, Unai Muñoz, Iranzu larrasoaña)

Texto: Susana Aragón Fernández

El viernes en que íbamos a celebrar la famosa “Carpa Universitaria” ésta se suspendió por las lluvias y las crecidas de los ríos. El río Arga inundó además de otras zonas, las instalaciones de la Ciudad Deportiva Amaya donde teníamos todo previsto para la fiesta. Así que lo pospusimos para este viernes y las ganas de juerga tuvieron que esperar una semana. Esta espera añadida creo que aumentó nuestro deseo de “carpa”, o sea, dejar las clases y pasar todo el día entre amigos. Además, las lluvias dejaron paso a un día realmente primaveral.

Como si el tiempo se nos fuera a escapar, nosotros empezamos la juerga muy pronto y nos juntamos en casa de Julen para almorzar. En cuanto sus padres se fueron a currar y su hermano se fue al instituto fuimos a su casa con las pizzas, el picoteo y las bebidas que compramos antes en el supermercado.  Empezamos a beber muy pronto, sí. Antes que nunca en mi caso. Ni siquiera el 6 de julio he empezado nunca tan pronto.

De ahí fuimos andando hasta Amaya, donde estaba la carpa y donde íbamos llegando todos, de las distintas carreras universitarias. También se acercó gente no universitaria pero que quería disfrutar del ambiente. Campeonatos de mus, karaoke, el toro mecánico, bolas gigantes hinchables donde meternos y jugar (aclaremos: no ha muerto el niño que llevamos dentro)…

Llevábamos un buen cargamento de bebidas que antes mezclamos en casa de Julen y con tanto calor, los tragos servían además para calmar la sed. Con los refrescos dulces, el alcohol quedaba desapercibido y nos iba pegando fuerte, casi sin enterarnos. Yo me notaba más suelto que nunca, más hablador que nunca y cada vez con más ganas de reír. Iba perdiendo la noción del tiempo y abrazaba a los colegas de clase incluso aquellos con los que apenas había intercambiado unas palabras en todo el curso. ¡Qué gran sensación de amistad! Me sentía querido por todo el mundo y con muchas ganas de abrazar a todos. Era muy raro, sí. Estaba también deseando encontrarme con Ainhoa, mi Ainhoa. Seguro que me atrevía a decirle algo, vaya, a decirle que me gustaba. Pero hasta después de varias horas no nos encontramos.

Casi todos los días coincidía con ella en el camino a la Universidad y charlábamos sobre las asignaturas, los exámenes, los nuevos compañeros…  Nos mirábamos y nos sonreíamos. Y su mirada… era tan alegre… pero también tan especial… yo notaba casi una promesa en sus ojos. Pero no me atrevía a decirle nada. Simplemente le contaba algunas cosas que le pudieran hacer gracia porque para mí no hay nada mejor que esa mezcla de su mirada y su sonrisa.

Por fin encontré a Ainhoa, que estaba con los de su clase. Nos dimos un gran abrazo, que fue muy muy grande para mí. Quisiera que el mundo, el tiempo… todo hubiera parado en ese abrazo. Pero vinieron a buscarla porque les tocaba hacer barra en la de su carrera y nos despedimos. Volví adonde mis amigos y ellos no lo sabían, pero yo guardaba un secreto: el secreto de ese abrazo, tan espontáneo y tan intenso.

Luego un concierto, otro concierto… no sé, no recuerdo bien todo lo que hubo. Sí que recuerdo que bebíamos y bebíamos. Ya eran muchas horas y de repente sentí que o me iba en ese momento o ya no sé qué sería de mí. Cuando anuncié a los colegas que me iba, se me colgaron del cuello, “cómo te vas a ir, ahora que estamos en lo mejor”…  Así que cuando me vi “libre” de ellos dejé pasar un rato, me fui al baño y de ahí cogí la cuesta Beloso con dirección a mi casa. Ni sé qué hora sería. Ya era de noche y avanzaba malamente. Parecía interminable esa cuesta. Los faros de los coches me molestaban como nunca. Cada paso me costaba un esfuerzo cada vez mayor. Tenía todo el cuerpo revuelto, mal, mal. Además, me sentía perdido. Y acabé sentándome a la entrada de un portal, todavía lejos de casa ¡Buff, qué mal cuerpo! ¡Qué sensación lamentable, mezcla de náusea y agotamiento!

Creía que me quedaría allí sin poder avanzar cuando escuché “¿Estás bien?” Negué con la cabeza. “¿Quieres que avisemos a alguien?”. Allí había una mujer que me preguntaba eso. «A mi madre» le dije y se puso a llamarle. Y esa mujer de repente eran tres mujeres Parecían la misma pero eran tres. Una llamaba por teléfono. Otra me animaba a levantarme. Y una tercera colocaba su mano en mi hombro, con un cariño tal que parecía ser mi propia madre apoyándome. Eran una y eran tres que me daban conversación en la espera. Me costaba distinguirlas. Y de repente me sentí tan niño, tan indefenso, tan poca cosa, tan necesitado… que me puse llorar, por lo cuidado que me estaba sintiendo y por la pena que me daba el disgusto que se iba a llevar mi madre.

En las tres encontré mezclados el cariño de mi madre, la voz calmada de mi padre, la complicidad de mis colegas, las risas de los buenos momentos… y hasta los ojos de Ainhoa. Al día siguiente estuve pensando en todo esto y aprendí que lo más importante en esta vida es con quién te vas encontrando. Yo también quiero detenerme si alguien necesita ayuda., como en aquella película que vi hace años «Cadena de favores«. No quiero pasar de largo.

http://www.diariodenavarra.es/multimedia/galerias-imagenes/navarra/pamplona-comarca/pamplona/2018/04/20/carpa-universitaria-primavera-2018.html

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