Dibujo: David Olere 1946, en la exposición http://auschwitz.net/
Texto: Susana Aragón Fernández
Ése fue el último de los trabajos que tuve que realizar en Auschwitz antes de la liberación.
Después de tantas horas de hambre, de frío, de esclavitud, de incertidumbre, de no entender cómo no quedaba nada de mi anterior vida, cómo se había esfumado entre las alambradas quien fui hasta ser detenido y llevado en esos vagones inmundos, llenos de personas estupefactas como yo, sin aire, con esa angustiosa sensación de ahogo, y con ese olor tan penetrante que parece haberse quedado para siempre en mi cerebro…
Después de tanto sufrimiento por no saber nada de mi mujer, de mis hijos, ¿qué habría sido de todos ellos? ¿mis padres ya mayores, mis hermanos? ¿Qué habrá sido de todos ellos? Después de ver morir a tantos compañeros de infortunio, con los pies destrozados por el trabajo, el frío y la desnutrición, los pies y el cuerpo entero. Después de tanta violencia, tanto odio incomprensible, tanto golpe gratuito, tanto ensañamiento….
Después de perder a los compañeros de vagón, a los compañeros de litera… después de todo, me seleccionan para trabajar en el Sonderkommando*. Me apartan de todo lo que hasta ese momento conozco y me dan instrucciones, nos dan instrucciones: “llevad a los prisioneros (algunos son mis amigos) hasta esa sala para la desinfección y no habléis nada con ellos “(luego sabría que la sala era una máquina de matar: la ducha con el gas); “que se desnuden antes de entrar y dejen la ropa en la sala del fondo”. Pasaba un tiempo y las órdenes seguían: “abrid la compuerta e id sacando los cuerpos hasta el montacargas y de ahí los lleváis hasta la sala de arriba donde los vais a examinar uno a uno, incluyendo anos y vaginas, y todo lo que encontréis lo dejáis en un montón. Los dientes de oro los sacáis y los dejáis en otro montón. Y de ahí a los hornos”.
Los que fuimos seleccionados para este trabajo estábamos ya en las últimas. Teníamos el cuerpo demacrado. Teníamos la sensación que nuestro cuerpo se estaba alimentando de sí mismo y que nos quedaba poco tiempo ya. El final de esa pesadilla no acababa de llegar por más que sumáramos día a día todo lo peor del ser humano y nos cayera como una losa que a tantos había vencido ya. Muchos de los cuerpos que debíamos arrastrar estaban como los nuestros antes de entrar en el campo de concentración: cuerpos con músculos, cuerpos nutridos que me recordaban buenos momentos de otra época perdida ya para mí. ¡Qué doloroso participar de esta destrucción! ¡Qué doloroso sentirse cómplice de tus propios verdugos!
Este trabajo trajo un dolor diferente a todo lo vivido antes: podría decir que era un dolor espiritual. Al ir a dormir me perseguían las miradas de esas personas a las que acompañaba a la muerte. Algunas eran de mi pueblo y las conocía de mis tiempos de sastre. Mi alma quería gritarles “¡No, no vais a una ducha, a una desinfección para acabar con los piojos y demás parásitos! ¡Vais a la muerte y no sé cómo puedo evitar esta terrible verdad! ¡Quiero abrazaros, deciros que sois de los míos, que esto es una locura que parece no tener fin! ¡Quiero que esto termine y teneros otra vez en el pueblo, quiero que vuestra vida no termine….. y sin embargo, estoy cumpliendo las órdenes de quienes os mandan a la muerte!»
Me siento indeseable porque no sé cómo salir de aquí, cómo romper estas cadenas, quiero gritar al monstruo y con unos colmillos enormes, a dentelladas, acabar con él. En cambio, estoy sometido a esta suerte, estoy haciendo lo que me está mandando.
Y ahora me toca arrastrar el cuerpo de mi sobrina Johana. ¡¡No, Johana,no!! Y un bebé que debe de ser su hijo. Los años han pasado en este infierno y la vida no se ha detenido. Johana está hecha una mujer. La última vez que la vi era una adolescente ilusionada con ser una gran violonchelista. ¡En cuántas ocasiones nos acompañó con sus piezas musicales, en cuántas celebraciones familiares! A todo el dolor del mundo que creía haber sufrido se suma éste: llevar a mi sobrina y a su hijo a la muerte. No creo que pueda haber un infierno peor. Rezo por ellos mientras llevo sus cuerpos y rezo por mí también y por los que están como yo. El dolor del alma duele tanto que se lleva hasta el sueño. Y al hambre, al frío, a la violencia… se suma el insomnio, el único reducto de descanso que nos quedaba aunque fuera escaso. Creo que ya no me queda mucho tiempo. Ya no puedo dormir porque sus ojos permanecen clavados en mis ojos. El peso de su bebé permanece en mis manos. Sus manos delicadas mezcladas con el bello sonido del violonchelo sonando me persiguen…
Quienes sobrevivimos a ese horror sabemos ahora que el sentido de todo ello es contarlo al mundo: esto sucedió no hace mucho tiempo y no muy lejos. Sobrevivir para contarlo. Sobrevivir para advertir de los peligros del odio (odio al extranjero, odio al que piensa diferente, odio al de otra etnia, odio al de otra religión, odio al que lleva una bandera que no es la tuya, odio al que vive la vida de una manera que no te gusta, odio al que tiene una ideología política diferente, odio a los pobres, odio a los ricos, odio a los de derechas, odio a los de izquierdas, odio a los nacionalistas, odio a los no nacionalistas, odio a los del otro equipo de fútbol, odio…. ¡Cuidado con el odio!
* Sonderkommando: Durante la Alemania nazi, los Sonderkommandos (literalmente “comandos especiales”) eran unidades de trabajo formados por prisioneros de los campos de concentración que eran seleccionados para trabajar en las cámaras de gas y en los crematorios.
Las personas destinadas a uno de estos Sonderkommandos eran las encargadas de llevar a otros prisioneros a las cámaras de gas, retirar los cuerpos, examinar los cuerpos en busca de piezas de valor y quitar los dientes de oro a los cadáveres. Después se encargaban de incinerarlos en los hornos. Trabajaban a las órdenes de los nazis que no dudaban en asesinarlos a la menor negativa.
https://es.wikipedia.org/wiki/Sonderkommando
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Qué espantoso… ojalá no olvidemos. Dios quiera que vivamos honrando tanto dolor con una vida que no los deja atrás. Que su dolor no sea en vano…
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La exposición que está esta temporada en Madrid sobre Auschwitz cumple una función importante para no dejar caer en el olvido tanto dolor, para aprender algo sobre el género humano y sobre el poder del odio. Había mucha gente en la exposición y… mucho silencio. Creo que ahí se empieza a honrar tanto dolor: callando, conociendo lo que pasó, escuchando a los supervivientes, comprometiéndonos a eliminar el odio de nuestra vida… El amor y el odio. ¡Ojalá pongamos toda nuestra vida al servicio del amor!
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¡Resulta terrible el nivel de maldad que los seres humanos somos capaces de llegar a tener! Comparto lo que dices; que Dios nos ayude a no olvidar tanto dolor, que vivamos aprendiendo de la historia y de los errores garrafales para dar pequeños pasos en la eliminación del odio, la extinción de la envidia, el fin de la crueldad. Gracias por comentar. Un abrazo.
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