Él se llamaba Pedro y amaba la música. Tocaba el laúd y tenía el aspecto de Clint Eastwood, nuestro Clint Eastwood burladés, pero con el rostro más amable y dulce, sin esa tensión y dureza del actor americano. Formó una gran familia y siempre lo recordaré por aquel momento que vivimos en una actuación musical en el Cine Eslava.
Los padres de las demás amigas andaban siempre en sus trabajos. De algunos sabía algo: Luciano, el padre de Begoña, trabajaba en la huerta, muy cerca de la casa familiar donde vivían; Josetxo, el padre de Mila, volcado en sacar adelante a su familia trabajando y trabajando en la carnicería que luego seguirían sus hijos; Felipe, el padre de Marian, trabajando en la fábrica de Itarte y pasando luego su tiempo libre en la huerta anexa a la fábrica donde hoy se levantan nuevos pisos en la calle San Francisco; el padre de María, que era pintor, vestido de blanco de la cabeza a los pies; el padre de Txus, no sé a qué se dedicaba, lo que sí recuerdo es que siempre iba muy muy recto, quizá porque su mujer era muy muy alta; Felipe, el padre de Iosune trabajaba en la tienda de ultramarinos cerca del colegio junto a Benita, su mujer. ¿Y el padre de Cristina? ¿Y el de Irene? ¿Y el de Maribel? No sé mucho de ellos. Eran padres que ahí estaban, pero con los que nunca crucé una palabra.
En cambio Pedro era el padre de Tere. Y a pesar de tener las mismas obligaciones que los demás, de trabajar, de sacar adelante a sus ocho hijos (aunque perdiera al mayor, siendo ya adulto, en un accidente de tráfico) tuvo la ilusión suficiente, la cercanía y la gracia de juntarnos y proponernos participar en aquel festival, uno de los que se celebraban en Burlada, en el cine Eslava. Podría tratarse de un festival de Navidad o cualquier otra celebración. El caso es que ensayamos, lo preparamos y vivimos con alegría aquel momento.
Pasaron los años, crecimos, seguimos nuestros caminos y alcanzamos la edad que él tendría entonces. Ya siendo madres de familia volvimos a encontrarnos curiosamente en un acontecimiento musical. Pedro, como abuelo feliz de escuchar a su nieta Nerea al saxofón, y nosotras con la alegría de las madres que disfrutan viendo a sus hijos con sus instrumentos musicales en el escenario. Y Pedro recordó aquel momento que hacía ya tantos años compartimos. Hay momentos que unen para siempre. Hace unos días murió. Su mujer, sus hijos y nietos ya tienen un ángel musical que les seguirá sonriendo y acompañando. Descanse en paz.
Susana Aragón Fernández
Publicado en la prensa navarra en julio de 2015
Foto: I.M. Priscilla
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