
Photo by Joshua J. Cotten on Unsplash Texto: Susana Aragón Fernández
Cada día, esas carreteras secundarias que discurren acompañando al río Arga, a unos metros de él.
Cada día, esos hortelanos que conducen lentos, camino de sus quehaceres tranquilos,
esos agricultores en sus enormes tractores pensando en lo que les toca hacer hoy.
Cada día los coches, más rápidos, camino de sus ocupaciones
Cada día los extensos campos y los árboles de las orillas del río
Cada día las grandes aves anidando en sus ramas, ahora peladas,
evidentes a la vista, parejitas de cigüeñas preparando sus nidos,
llevando en sus picos palitos y demás apaños para hacerlos más cómodos
Cada día ese crotoreo de beta-queratina que trae sonidos de madera y bambú
cuando el ambiente está calmado, las cigüeñas recién llegadas a la esquina del edificio del ayuntamiento nos muestran su calma y su elegancia
Cada día, sus vuelos, sus excursiones, sus encuentros.
Esa mirada admirada, esa contemplación ve su lado doloroso:
una de estas bellas aves choca contra la luna del vehículo
parecía que se elevaría, que tendría tiempo de esquivar el coche
pero no, ¡lástima! ¿una menor velocidad? ¿un frenado? ¿una parada?
Un ansia de rebobinar y de frenar, darle tiempo a su vuelo,
anhelo imposible cuando ya su cuerpo blanquecino ha impactado ocupando todo el cristal delantero
No hay forma de rectificar y probar que las cosas sucedan de otra manera.
Nada, solo una llamada a Medioambiente.
¡Ojalá la hayan encontrado!
¡Ojalá pueda volver a sus quehaceres!
A unos kilómetros muchos de nosotros están chocado contra un muro transparente llamado guerra, bombardeos, exilio, muerte. Muchos de nosotros, jóvenes con toda la vida por delante, han de concentrarse en esa arma que acaban de ponerles entre las manos, jóvenes que hasta ahora solo conocían la muerte en el Call of Duty o en el League of Legends (LOL), jóvenes que no saben de fronteras ni patrias, que sienten el mundo como un cielo abierto por donde volar en libertad. Ahora, sin margen de maniobra, avanzan hacia un precipicio maléfico. Muchos de nosotros hoy duermen en los pasadizos del metro huyendo de las bombas cuando suenan estridentes las sirenas.
¡Ojalá puedan sobrevivir, vivir, volver a sus vidas! ¡Ojalá la vida venza a la destrucción!

Photo by Santiago Lacarta on Unsplash
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