
Photo by Olia Gozha on Unsplash Texto: Susana Aragón Fernández
Unos pasos que se alejan.
El cuerpo se va inclinando, como cediendo en esa lucha contra la gravedad, como si ella empezara a ganar terreno. Las fuertes manos trabajadoras, con dedos deformados, muestran la fuerza de quien ha superado hambre y frío y ha sabido dónde agarrarse a la vida, dónde vivir erguido.
Unos pasos que se alejan.
Un milano que baja a tierra decidido, unos matorrales que le esperan. Y ahí todo puede terminar, pero no. Hoy no es el día de terminar. Quizá el mal que lleva dentro recién descubierto hace tambalear su fuerza y su determinación. Quizá no sabe qué hacer con esa recién conocida vulnerabilidad. Quizá de noche se acuerde de su madre, de su padre.
Unos pasos que se alejan.
En las gradas de un frontón de un pueblo de la montaña, viendo las ramas de su árbol desplegarse, sintiendo sus pies convertidos en raíces que repentinamente se hunden como en un desprendimiento de tierra. Y un asiento de las gradas que queda vacío mientras esas ramas y esos nuevos brotes disfrutan persiguiendo una pelota. Otro día llegará en que no solo los pies sean raíces, sino todo su cuerpo pase a las entrañas de la tierra y sostenga el gran árbol que sigue creciendo cada primavera.
Unos pasos que se alejan.

Photo by Eilis Garvey on Unsplash
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