Arbolitos

Fotografías y Texto: Susana Aragón Fernández

Unas pequeñas semillas recogidas en el Valle de Guesálaz durante el otoño, cuidadas en casa asegurándoles el agua, brotaron durante el confinamiento. Una a una, sin añoranza de su precioso valle. En medio de la ciudad echaron sus brotes y encontraron la tierra necesaria para ir creciendo y dejando aparecer sus hojas brillantes. Fueron fortaleciéndose al abrigo del balcón y haciéndose arbolitos.

La casa se llenó de árboles chiquititos: pequeños robles y pequeños frutales que también aprovecharon para ir naciendo. Aquel albaricoque del verano, tan rico, tenía que tener descendencia. Por eso su hueso acabó enterrado en una de las jardineras. Lo mismo que esa ciruela Claudia o ese paraguayo tan espectacular. Los huesos de esas frutas deliciosas descansan en la tierra otoño e invierno y por primavera aparecen asomándose sus hijos.

Todas estas diminutas semillas que dieron lugar a una nueva vida fueron motivo de alegría en los días más duros del inicio de la pandemia, cuando solo salíamos a la calle para hacer la compra, con mascarilla casera hecha con una vieja camiseta (porque no había de las otras) y guantes en las manos. A la vuelta de la compra, toda la ropa iba a la lavadora y volvían los días de no salir y hacer todas las actividades en casa. Fueron alegría estos nacimientos en un cuarto piso del centro de la ciudad.

La vida exuberante en el balcón acompañó la preocupación por algo tan desconocido y terrible para tantas personas como el virus que aún sigue causando estragos entre nosotros, las limitaciones de la vida que hasta entonces llevábamos, la incertidumbre… la vida desbordante sorprendió cada día. Los arbolitos recién nacidos vinieron a acompañar a otros que nacieron en temporadas anteriores y que los acogieron como familiares.

Motivo de alegría fue también buscarles “familias adoptivas” entre los abuelos, amigos, vecinos, compañeros de trabajo y alumnos. El hijo de Touría, al ir a recoger los apuntes de “Español para extranjeros” para su madre, recibió el arbolito apreciando el gesto con el comentario “es un regalo de vida”. ¡Ojalá le haya dado alegría a Touría, lejos de su tierra y con la muerte reciente de su hermana en un accidente de tráfico!

El árbol mayor del balcón tuvo su “premio” por tanta compañía (de años) y cuando las medidas del estado de alarma se relajaron, durante el verano, lo llevamos a la huerta de Rosa y lo plantamos allí. Ya merecía un espacio mayor que la maceta del balcón, un espacio donde ser totalmente libre en medio del campo.

Hoy vuelven las semillas a su humedad y a su cuidado casero tras la excursión por el Valle de Guesálaz. La excursión que es respiro, aguas transparentes del río Ubagua, la centellada adornando el campo y los amigos que permanecen a pesar de la distancia social impuesta. Nuevas semillas, nueva ilusión concentrada en ellas. Nueva vida esperando brotar.

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