De puertas para adentro



Photo by Ruthson Zimmerman on Unsplash Texto: Susana Aragón Fernández

Caminaba con prisa, como si tuviera muchos asuntos importantes que resolver, como si todos ellos dependieran de él, como si nadie más pudiera encargarse de ninguno de ellos, como si fuera imprescindible… caminaba con el traje de la responsabilidad, del encargo, de cumplir una misión importante.

Caminaba muy bien arreglado, con la camisa de la seriedad, con la corbata de “sé lo que me hago”, con el afeitado de “déjame, que yo me encargo”.

Apenas saludaba a los vecinos: no podía perder tiempo. Apenas estaba en casa: debía resolver temas muy complicados. Apenas escuchaba, apenas se escuchaba.

No hay tiempo para perderlo con tonterías. No hay tiempo para parar. Todo va tan rápido que no hay forma de bajarse de la ola.

Los asuntos cotidianos los consideraba de segunda o tercera categoría, por eso no se encargaba de ninguno de ellos: comprar, cocinar, lavar, cuidar de los niños y de los mayores. No tenía tiempo para nada de eso.

Murió su madre y se vio obligado a parar, posponer reuniones, firmas y decisiones. Para despedirla. Es verdad que no le había dedicado mucho tiempo desde que ella enviudó y posiblemente se sentía más sola de lo habitual, más vulnerable y con mayor necesidad de la cercanía de los suyos. Pero estaban a punto de cerrar un proyecto muy importante y en el tanatorio mantuvo varias llamadas para concretar detalles. La muerte de su madre le llegaba en muy mal momento.

Los abrazos y las condolencias se mezclaban con una urgencia interior de acabar con todo lo que rodeaba a esa muerte cuanto antes para continuar con su ritmo. ¡Claro, como los demás no tenían nada mejor que hacer en su vida, podían estar ahí tan tranquilos, tristes, sí, pero tranquilos!

Al final de la tarde quedaron solos su hermana y él ante el cuerpo frío de su madre. Cuando él estaba deseando la llegada del encargado del tanatorio comunicando que debían irse porque iban a cerrar, su hermana, que había acompañado a la madre en los últimos años, le dio un sobre con un mensaje de su madre. Se lo guardó y lo leyó cuando llegó a casa:

“Cariño mío: me despido de ti con todo el amor que te tengo y sin poder resistirme a escribirte lo que me hubiera gustado decirte en directo si hubiéramos tenido algún momento tranquilo. Desde que te nombraron para ese cargo que ocupas ahora y que tanto celebramos entonces, has vivido para el trabajo, volcado al cien por cien. Por eso no he visto la ocasión de decirte esto que te escribo. Ya sabes que siempre me he sentido muy feliz de verte crecer, ver cómo te has hecho un hombre y has ido avanzando en tu vida.

Es cierto que la vida nos va llevando por unos y otros caminos y ahora en el que tú estás es de mucho peso y mucha responsabilidad laboral. Pero procura no ser “importancioso”, ya sabes a qué me refiero. Recuerda que lo más importante no sucede en tu trabajo, sino de puertas adentro: tanto en tu vida familiar, como en tu vida interior. A veces te he visto tan estando sin estar; aunque estuvieras conmigo físicamente, con la cabeza en otra parte, que te habría dado a gusto una colleja para “traerte” al momento que estábamos compartiendo. No seas “importancioso” ni con tu mujer ni con tus hijos y no “racanees” el tiempo que tienes para pasar con ellos. ¡Son un regalo tan grande…!

Todo en esta vida sucede tan rápidamente que lo que hoy tienes ocasión de disfrutar, mañana ya no existe. No te lo pierdas y pon cada cosa en su sitio: ya sabes: como siempre os he dicho a ti y a tu hermana: «Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa«. El trabajo es una de ellas: que no “se coma” el espacio de las demás, cariño. ¿Recuerdas lo que os decía el papá cuando erais jovencitos y os encontrabais indecisos o sin atreveros a decir “no” a algún plan?: “No os creéis compromisos”, animándoos a que no cogierais obligaciones en cosas sin importancia.

Tú y tu hermana sois mis grandes tesoros, junto con vuestros hijos. Sé que siempre me has querido y por eso te digo estas cosas. Ya sabes que una madre no puede callarse en lo que tiene que ver con la felicidad de sus hijos. Seguro que tú harás lo mismo con los tuyos. Te lo digo con todo mi corazón y abrazándote para siempre. Firmado: mamá, tu nuevo ángel de la guarda.

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