
La abuela Juanita era maestra. Los estudios fueron su dote en aquella gran familia: Rosalía y Serafín y sus nueve hijos. Gente de pueblo, con olor de lavanda en los armarios, aroma de heno en el portal de la casa y camisas sudorosas por el duro trabajo. Tierra firme bajo los pies y juncos sus cuerpos adaptados al frío y al calor en todos sus grados de temperatura.
Según la tradición, al hijo varón mayor le correspondía la casa familiar y las tierras. Y los demás buscaban su salida como fuera. A las dos pequeñas, y sólo a las dos, les correspondió en herencia poder estudiar y el diminutivo de sus nombres: la más pequeña, Paquita, hizo unos estudios para telefonista y la abuela Juanita pudo ir a la Escuela Normal (¿normal?). Así le llamaban antes a la Facultad de Magisterio. Estaba en pleno casco viejo, muy cerca de la catedral, donde ahora está el INAP. Ella se alojaba en la residencia de las Teresianas de la calle Mayor de Pamplona. Todos los días: calle Mayor, plaza del Ayuntamiento, calle de Mercaderes, calle Navarrería y el mismo recorrido a la inversa.
La calle Mayor, con sus casas recias y acogedoras, con sus adoquines resistiendo el paso de los tiempos, fue el escenario donde una lejana primavera él y ella se miraban, se sonreían, se saluaban al coincidir cada día. Un día y otro, al principio, como algo casual. Luego, como algo esperado. Después, como algo ansiado. Ese encuentro breve, fugaz… iluminaba el día. Gracián. El abuelo Gracián. Jugaba al remonte, ésa era su profesión. La gente iba al frontón a ver buenos partidos de pelota y de remonte y a hacer apuestas. El viejo Euskal Jai hoy convertido en Aquavox, después de pasar un tiempo como “gaztetxe” okupado, donde no era extraño acabar alguna noche de juerga.
La abuela Juanita empezó jovencita de maestra en Villaveta, un pequeño pueblo a 25 kilómetros de Pamplona en el tiempo en que unos pocos kilómetros eran motivo más que suficiente para trasladarse a vivir allí. Tiempos más de “aves migratorias”. Ahora, aunque los destinos laborales superen los 100 kms, las aves vuelven al nido. Villaveta: su primer destino de maestra interina.
No tuvo ocasión de presentarse a oposiciones porque llegó la guerra civil (“¡que no os toque vivir una guerra, moceta!”) y el proyecto de ser maestra quedó trastocado. Como si la vida llegara como un loco tren de alta velocidad, arrastrándole hacia otro sitio del que ella había imaginado. La boda con Gracián, con sólo dos testigos y sin una fiesta porque estaban de luto. Llegaron los hijos y la vida le siguió “empujando”. Una estación y otra estación y llegó la viudedad a los 41 años, quedándose con su hija Ana María de 16 años y su hijo Miguel de 9 años. Y los sacó adelante con toda valentía y amor de madre y padre.
Han pasado muchos años y ella ha ido a encontrarse con Gracián y con algunos de sus colegas y amigos maestros con quienes coincidió alguna vez dando clase en Burlada: Joaquín, María, Juliana, Beatriz, Carmelo, Augusto, Marina, Germán, Fulgencio… y muchos de sus familiares y amigos.
Y estos días de tanto revuelo con las oposiciones de Magisterio, ella está muy presente, acompaña, como desde que se convirtió en Ángel de la Guarda y su voz es profunda y clara y todo lo espera: “¡venga, moceta!”.

Publicado en la prensa en julio de 2019 https://www.noticiasdenavarra.com/2019/07/03/opinion/venga-moceta
¿Qué te ha parecido lo que acabas de leer? Si quieres, puedes comentar y también compartir esta entrada con personas a las que creas que les vaya a gustar. Estás invitado o invitada a SEGUIR este blog. Sólo tienes que darle a “seguir” y el propio blog te avisará de las novedades. También puedes leer entradas antiguas buscando en el blog.