Fotografía: Photo by JD Mason on Unsplash
Texto: Susana Aragón Fernández
Uno de mis amigos me dijo el otro día que soy un facha de extrema derecha. Hay también quien, entre los familiares, a la menor ocasión, me llama machista… No puedo decir nada sin que salte alguien poniéndome un calificativo. Últimamente, en cuanto hablo, cae una avalancha de críticas.
Se me ocurrió el otro día decir delante de los amigos que yo vivía mejor en los tiempos de Franco y todos saltaron sobre mí llamándome de todo. Pero sí, es cierto, mi vida entonces fue mucho mejor. Claro, que era joven y que vivían mis padres y muchos de los familiares y amigos que ahora me faltan. Vivía mejor por eso y porque la vida tenía mucho sabor, porque teníamos que luchar por sobrevivir y trabajar muchísimo. Pero ese trabajar muchísimo no nos amargaba la vida sino que nos hacía disfrutar doblemente cualquier ocasión de fiesta. Juntarnos los amigos y andar de juerga, cantando por los bares y por las calles. Disfrutar las fiestas de los pueblos bailando sin parar, conociendo a chicas con las que salir, reír, enamorarnos…
Todo era mucho más básico que ahora: una naranja era todo un lujo, lo mismo que una onza de chocolate y un plátano era algo que rara vez pudimos probar. No había muchos alimentos que hay ahora y todo se cocinaba en casa trabajosamente. El sabor de todo, por poco que fuera, unas simples patatas guisadas… sabía a gloria.
No había calefacción en casa, pero nos las ingeniábamos como podíamos para caldear la cocina y las camas con aquellas bolsas de agua caliente que aliviaban la sensación terrible de meterse entre sábanas tan heladoras que parecía que estaban mojadas. El fuego de la cocina económica nos reconfortaba y nos reunía en torno a conversaciones y anécdotas. Las familias eran grandes y tenían cabida abuelos, primos, tíos… Las puertas de las casas estaban abiertas la mayor parte del tiempo.
Ahora nuestras casas están llenas de comodidades: tienen calefacción, calor de sobra, espacio de sobra (porque las familias van a menos y porque sólo tienen cabida los padres y los hijos, no hay sitio para nadie más), alimentos de sobra, televisión de sobra…. Pero vivimos con mucha soledad. Con más compañía de los presentadores de televisión que compañía real. No nos necesitamos unos a otros y cada cual mira para sí. Las puertas están siempre cerradas. Hay pocas ocasiones donde terminemos una velada cantando o bailando y las nuevas generaciones, hijos y nietos, viven pendientes de sus planes y de sus teléfonos móviles. No se despegan un momento. Los nietos ya no tienen ningún interés por la vida de sus abuelos: deben de pensar que siempre hemos sido así de viejos porque ni siquiera preguntan por cómo ha sido nuestra vida. Creo que ni se imaginan que un día hemos sido jóvenes y hemos tenido su edad. Y ¡fíjate en Reino Unido!: acaban de inventar el Ministerio de la Soledad. Aquí, gracias a Dios, todavía no son así las cosas, pero salió en la televisión que allí había personas que estaban igual un mes sin hablar con nadie.
A más comodidades, más egoístas nos volvemos. Cuanto más tenemos, menos compartimos. Eso es lo que veo y por eso me atreví a hacer ese comentario delante de mis amigos. ¡Buena la hice!
Si hablo de buenos modales, como de ceder el paso a las mujeres o sujetarles la puerta para que pasen delante, mis nietas me llaman “machista” y yo pienso “¿qué tendrá que ver ser machista con la galantería?”.
En fin, ya voy dándome cuenta de que lo mejor va a ser callar: “Ver, oir y callar”, como decía mi madre. ¡Quién me iba a decir que acabaría por darle la razón! Ahora que por fin vivimos en democracia…. veo a mucha gente y a estas nuevas generaciones muy tensas, muy intransigentes y sin sentido del humor. Yo de momento voy a intentar practicar lo de ver, oír y callar, a ver qué tal se me da.
Sería un minuto fragante,
sin prisa, sin locomotoras,
todos estaríamos juntos
en una inquietud instantánea, instantánea.
Tal vez no hacer nada
por solo solo una vez
tal vez un gran silencio
pueda interrumpir esta tristeza.
Por una vez sobre la tierra
no hablemos en ningún idioma,
por un segundo detengámonos,
no movamos tanto los brazos.
Los que preparan guerras
victorias sin sobrevivientes,
(que no hay ninguno)
se pondrían un traje puro
y andarían con sus hermanos, sus hermanos.
No se confunda lo que quiero
con la inacción…
La vida es solo lo que se hace…
A callarse
Ahora contaremos doce
y nos quedamos quietos.
Ahora contaremos hasta doce
y tú te callas y me voy.
Si no pudimos ser unánimes
moviendo tanto nuestra vidas,
tal vez no hacer nada una vez,
tal vez un gran silencio pueda
interrumpir esta tristeza, esta tristeza
este no entendernos jamás
amenazarnos con la muerte.
A callarse
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Fotografía: Photo by Gus Moretta on Unsplash
Una hermosa y valiente reflexión. Muchas gracias Susana. Besos, Blas
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¡Muchas gracias, Blas! Tu comentario me anima. Un abrazo.
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