La cena de los idiotas

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Jacques Villeret interpretando a François Pignon en «La cena de los idiotas»

Texto: Susana Aragón Fernández

Los viernes, aprovechando que al día siguiente no madrugamos para ir al colegio, vemos una película en familia y cada vez la elige uno de nosotros. El viernes pasado mi padre trajo “La Cena de los Idiotas” del servicio de préstamo de la Biblioteca. Mi madre y mi hermano prepararon unas palomitas de maíz en la sartén y toda la casa olía ya a ese aroma que avisa que ha llegado el fin de semana, el tiempo libre y sin prisas.

Bajamos las persianas para crear el cine en casa. No es lo mismo que ir al cine, claro, y ver una peli en una maravillosa pantalla gigante, con tan buen sonido que parece que estás dentro de la película, como cuando vamos algunos miércoles en el Día del Espectador, pero bueno, es otra cosa, también interesante: cine en zapatillas.

Empezamos a ver la película y ahí teníamos a un hombre con aspecto de triunfador llamado Pierre Brochant: alto, guapo, ojos azules, peinado juvenil, cuerpo atlético, bien vestido, muy seguro de sí mismo, elegante, de finos modales, casado con una mujer también guapa y elegante, una casa maravillosa en París…

Pierre salía hablando con sus amigos, muy parecidos a él en ese aspecto de triunfadores. Se les notaba que se sentían superiores a casi todas las personas y que miraban al mundo por encima del hombro. Se creían por encima de cualquiera.

Me quedé espeluznado cuando me enteré de lo que estaban tramando: tenían una cena de amigos los miércoles y la gracia de la cena es que cada uno invitaba a alguien a quien consideraba “idiota” y sin que los invitados pudieran sospechar nada, tenía lugar una especie de concurso que podría resumirse en “quién ha traído a cenar al más idiota”. El ganador recibía el reconocimiento de sus amigos y supongo que les daría miga para hablar y reírse en muchas ocasiones.  

Y, por otro lado, François Pignon, el “idiota” a quien Pierre había invitado a la cena de los miércoles: bajito, gordito, calvo, siempre dispuesto a ayudar. Abandonado por su mujer. François hacía maquetas de edificios famosos con cerillas. En estas maquetas ponía toda su ilusión y Pierre le miente haciéndole creer que está interesado en sus maquetas e incluso en publicar un libro recogiendo todas ellas. François Pignon aparece ilusionadísimo con la cena, arreglándose, nervioso, preguntando a una compañera de trabajo qué corbata llevar, servicial hasta perruno cuando está con Pierre, con ojos que se entristecen cuando sienten el rechazo y se iluminan cuando le tiene en cuenta. Muy necesitado de ser considerado

Mis padres reían con las torpezas de François Pignon. También mi hermano de vez en cuando. Y yo me iba sintiendo cada vez peor. Me entró una extraña tristeza, una pena enorme viendo los gestos de ese gordito que intentaba agradar, intentaba ayudar, intentaba consolar y comprender al tipo que sólo le había llamado para reírse de él y “llevarlo” como pieza de caza a la cena con sus amigos.

La tristeza se me fue extendiendo por todo el cuerpo: entró por los ojos y los oídos. Bajó por la garganta aprisionándola un poco y llegó hasta el corazón que la bombeó por todas las venas. Nunca lo había hecho: dejar una película sin terminar. Pero esta vez, me fui a mi habitación con mucha pena.

No había mamporros, ni golpes, ni empujones… todo era refinado y con muy buenos modales… pero había burla, desconsideración, utilización, abuso, desprestigio… de forma muy disfrazada, muy difícil de percibir y por tanto imposible defenderse de ella…. La violencia sutil.

En casa disfrutaron la película, porque la vieron como lo que realmente es: una comedia. Pero yo no pude pasar de la primera parte por lo que ya he contado. A mí me ha servido para darme cuenta de esa otra violencia: tan escondida y tan fina: la violencia sutil.

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