Trepidante

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Photo by Dan Roizer on Unsplash   

Texto: Susana Aragón Fernández

Ayer salió lloviendo y los niños andaban por la casa sin poder ir a la piscina. Hace unos días, estábamos en la Biblioteca Pública buscando libros para las vacaciones y mirando-mirando entre libros, películas y documentales encontramos la colección de DVDs del “Hombre y la Tierra” de Félix Rodríguez de la Fuente. Les hablé maravillas de esa colección y de los buenos ratos que pasábamos de pequeños viendo las andanzas de los animales y los niños quisieron llevar a casa un capítulo: eligieron el del Águila Real. Pensamos que uno de estos días podríamos verlo y aprovechando la lluvia de ayer, organizamos “el cine en casa” bajando las persianas y con una buena cantidad de palomitas de maíz que hicimos previamente en la sartén.

Me sorprendió muchísimo el ritmo lento del capítulo: las cámaras esperaban tranquilas los movimientos de los animales, pacientes mientras Félix Rodríguez de la Fuente contaba y contaba más allá de lo que nosotros veíamos. El águila real observaba desde lo alto con su vista potentísima un conejo que andaba entre los matojos, ajeno al peligro. Veíamos el águila, su gran pico, sus garras afiladas. Veíamos el conejo con sus movimientos rápidos. La voz de Félix Rodríguez de la Fuente acompañaba todo lo que estaba ocurriendo. Su voz pausada y experta relataba la acción de caza.

Todo llevaba un ritmo tan lento que por un momento me noté preocupada por que los niños no perdieran el interés e interiormente me vi animando al águila real “¡Hala, bonita, águila, no esperes más, venga, lánzate y que siga la historia antes de que se nos aburran los niños!”. Pero el águila real miraba y remiraba y esperaba el momento, su momento, calibrando todo lo que pasaba a su alrededor. El nervio por la lentitud sólo fue mío, sí, porque los niños ni se inmutaron: no perdían detalle de todo lo que iba pasando e incluso se quedaron con ganas de coger nuevos capítulos de otros animales en la Biblioteca.

Hoy en la radio han hecho una entrevista a los creadores de una película de animación, coproducción polacaespañola, sobre el libro de Ryszard Kapuscinski,  “Un día más con vida”. Kapuscinski fue un gran reportero que vivió guerras, golpes de estado, revoluciones… en los distintos países a los que viajó. Su experiencia y todo lo que conoció de primera mano lo fue plasmando en libros, como el titulado “Un día  más con vida”, donde narra el drama de la guerra de Angola en 1975.

En la radio hablan sobre cómo han realizado la película, cómo han recogido muchísimo material, cómo han viajado a Angola y los lugares que relata Kapuscinski en su libro… y comentan que la película merecería 120 minutos, pero que la han dejado en 80. Hablan de una película “trepidante”.

Y me quedo atascada en esta palabra. ¿Trepidante? Y me pregunto ¿Y eso de ser trepidante, es bueno? ¿Lo trepidante es necesariamente algo positivo? Siento lástima de esos 120 minutos que me gustaría haber podido disfrutar en una gran pantalla. Siento pena por el homenaje que sería para el reportero que arriesgó su vida, que recorrió los caminos africanos, que sufrió con el sufrimiento de aquella guerra, homenaje al sufrimiento de todas las personas de todas las guerras. Escucho “trepidante” y siento rabia por la imposición de la prisa, de lo rápido, del estrés como moda.

Y sigo con lo trepidante. Adjetivo que, según la RAE significa “rápido, agitado, intenso”. Me pregunto en qué momentos algo que de repente se convierte en trepidante, mejora. Veo que si añado “trepidante” a las cosas que me importan, éstas sufren una rebaja en su valor.

¿Una comida trepidante? Si la comida va a ser trepidante y soy yo la que va a cocinar, entonces ni pierdo el tiempo en comprar unas buenas patatas, unos buenos huevos, en pelar, picar, freír, batir, esperar…, ¿Va a merecer la pena preparar todo con detalle? Total, si la comida va a ser trepidante, compro una tortilla de patatas precocinada y a correr.

¿Un encuentro amoroso trepidante? Pienso en un visto y no visto, llegas y ni me miras, ni damos un paseo, ni me preguntas qué tal estoy, ni acaricias mi pelo… porque es un momento de amor trepidante y me digo “total, para eso ni me perfumo, ni me visto para la ocasión, ni me acicalo especialmente”.

¿Unas vacaciones trepidantes? Me imagino el típico viaje yendo de un sitio a otro sin parar: ver mucho y no ver nada. Correr para no llegar a ninguna parte y terminar en agotamiento. Si el viaje va a ser trepidante, para eso me quedo en casa.

Después de mucho pensar no se me ocurre algo que mejore añadiéndole el adjetivo trepidante y sin embargo, parece haber una imposición social de “lo trepidante”. Los 40 minutos robados a la película son un alto precio por esta presión. Hoy los documentales de Fauna Ibérica no tendrían mucho futuro a no ser que alguien los recortara dejándolos en 5 minutos: ahí está el águila, ahí está el conejo y ahí el momento en que ella le da caza. ¡Se acabó, chimpúm!: la caza trepidante del águila real. Tiempo trepidante que, como te descuides, vives sin vivir: simplemente corres o saltas obstáculos.

http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-hombre-y-la-tierra/hombre-tierra-fauna-iberica-aguila-real-ii/3241218/

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