Photo by Maxim VDN on Unsplash
Texto: Susana Aragón Fernández
Hace unos cuantos años, se estilaba mucho eso de sacar la mano a pasear para solucionar cualquier conflicto. Especialmente eran los padres los que utilizaban esta técnica que no está todavía extinguida ni mucho menos. ¿Que los niños están armando bulla en el coche? Pues nada, se lanza la mano para atrás y se pega a quien se pille y se soluciona el viaje. ¿Que dos hermanos están riñendo por un juguete? Pues nada se retira el juguete y cada uno recibe su bofetada y se acabó el problema. Cuando la adolescente se ponía un poco “chulica” cuestionando las ideas de los progenitores, también podía ser callada con la mano larga.
Muchas veces vimos por las calles cómo un niño que se atrevía a algún movimiento que le superaba y que caía, tenía que sufrir el golpe de la caída más el golpe que le daría después su padre o su madre en cuanto se enterase. Así era la técnica de la mano larga: valía para todo tipo de situación entre adultos y niños. Pero siempre iba de adultos a niños en esos viejos tiempos. Y las personas mayores, los abuelos y las abuelas, estaban rodeadas de una aureola de respeto y con ellas nadie se metía.
Con el tiempo, nos hemos ido refinando e incluso la ley prohíbe estas técnicas y las considera maltrato físico. Así, muchos padres se quedaron “sin armas” y no sabían cómo corregir a sus hijos. Y fueron creciendo las escuelas de padres y madres.
Últimamente hay muchos ejemplos en que la mano larga se ha transformado en la lengua hiriente y de esta manera nadie podrá denunciar a quien la utiliza porque ya no se trata de maltrato físico. Se ha extendido tanto la lengua hiriente que ha llegado a saltar la barrera de la respetabilidad de los ancianos.
Así, nuestros entrañables viejos siguen con esas acciones que han hecho siempre, hasta que un día su cuerpo dice “ya no puedes hacer esto” y se caen. Se dan un buen golpe, no sólo en su cuerpo sino también en su autoestima. Un golpe que les deja mareados y amargos porque es una señal más de su deterioro. En estos casos, puede aparecer un hijo, hija, sobrino, nuera, yerno, nieta… que no saca la mano a pasear, pero sí despliega la lengua hiriente criticando “cómo puede subirse a la banqueta a regar la planta”, “cómo puede a su edad….”, “cómo no se da cuenta de que ya no está para esos movimientos…”. Le cae un “chorreo” que le deja más amargo todavía. Es la experiencia del niño que caía en la calle y recibía la mano larga, pero doblada en tristeza porque para la persona mayor es convertirle de repente en alguien sin criterio, alguien inepto que encima va a ir a peor, no como el niño, que sabe que hoy se ha caído pero otro día lo conseguirá.
Si un amigo se cae o tiene un pequeño accidente a nadie se le ocurre echarle la bronca. Se le atiende y se le muestra apoyo y solidaridad. Pues lo mismo con los niños y con los abuelos. Y con más cariño si cabe, porque son mucho más vulnerables. ¿No os parece?
Publicado en la prensa en febrero de 2018:
Si te ha gustado lo que has visto o leído en esta entrada, si te ha animado a reflexionar sobre algo, si te ha recordado algo de tu vida, si te ha provocado una emoción… o simplemente te ha entretenido, puedes darle a “me gusta” o puedes escribir un comentario que hace mucha ilusión recibir. También puedes invitar a tus amigos, a tus amigas, a tus familiares… a seguir este blog si crees que les puede gustar. ¡Muchas gracias por estar ahí!