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Texto: Susana Aragón Fernández
Tenías muchas ganas de pasar unos días en familia en el verano, en esa zona del sur de Francia, en las Landas, cerca del mar y entre pinares. Esa zona que te permite disfrutar con libertad de paseos en bicicleta y de baños salados entre olas bravas.
Era la primera vez que estabais en ese camping y os sorprendió la actitud de los dueños del mismo cuando os enseñaban el bungalow que, curiosamente, estaba para estrenar. Era la primera vez que estrenabais un bungalow. Ellos iban mostrando todos los detalles del pequeño alojamiento como si fuera algo extremadamente valioso y como si les costara incluso dejaros estrenarlo. Os iban diciendo las necesidades del bungalow, como harían dos padres primerizos que dejan a su bebé con los abuelos por primera vez y les dan mil indicaciones antes de irse. Ellos insistían en que secarais los grifos cada vez que los utilizarais. Por supuesto, la mampara de la mini-ducha, también requería ser secada cada vez que alguien se duchara. O sea, os dejaban un alojamiento muy exigente, que, por supuesto, ibais a pagar a precio de temporada alta. Tampoco es que os estuvieran haciendo un regalo… Se alejó la pareja y os quedasteis con una sensación un tanto “rara”.
Sucedieron los días entre paseos en bici por los pinares, juegos de ping-pong, baños en el mar abierto, baños en la piscina, partidas de cartas con los niños después de cenar, en la tranquilidad de la noche estrellada en el porche del bungalow…Unos días de disfrutar del descanso, la naturaleza y la familia.
Y llegó el día de la vuelta a casa tras una semana allí. Sin siquiera desayunar, os dedicasteis a recogerlo todo y a limpiarlo. La cafetera la dejaste en remojo la víspera para extremar su limpieza. Pasasteis un buen tiempo sacudiendo las mantas y doblándolas para dejarlas donde las habíais encontrado. Limpiando la cocina, que no estaba especialmente manchada ya que cada día quedaba limpia. Lo mismo el baño. Eso sí, dedicasteis un tiempo especial a secar bien toda la grifería y la mampara, que tanto preocupaba el primer día a los dueños.
A la hora convenida llegaron los dueños a hacer la revisión del bungalow. Con el inventario en la mano fueron contando cada cubierto, cada plato, delante de vosotros, Una verdadera inspección. Vosotros estabais tranquilos porque habíais dejado todo impecable. Con todo, ellos deshicieron las mantas que habíais dejado en sus estantes, asegurándose de su buen estado. Levantaron los colchones rebuscando debajo, arriba… Parecían una patrulla buscando un alijo de droga, como sale en las películas. Abrieron todos los cajones, busca que te busca. ¿Qué querrían encontrar? ¡Ajá, estas bolsas! Te habías dejado en un cajón unas bolsas de la compra vacías por si hacía falta utilizar y la dueña las sacó un tanto indignada. Mirando cada utensilio de cocina, cada recoveco… hasta encontrar ALGO: ¡Zas! En la cafetera que habías limpiado a conciencia, había quedado una huella de café por la parte de arriba. Y la dueña exclamó “S´il vous plait” (Por favor) señalando la huella. Tú le pasaste un trapo mientras ella seguía buscando y rebuscando. Todo estaba limpio. Pues ella encontró una pequeña marca del fuego en una de las perolas y se quejó de la misma. Tú le dijiste que le habías dado fuerte-fuerte y que no se había quitado. Y ella imitándote “fuerte-fuerte” con su acento francés, cogió un estropajo para demostrarte cómo era capaz de limpiarlo, aunque no lo consiguió. Finalmente os dejaron marchar después de pagarles y de dejarlo todo impecable. Y todavía sin desayunar no parasteis hasta pasar la frontera. En el coche el enfado crecía y crecía. La violencia había sido tan sutil, tan rodeada de buenos modales… que en un principio ni la habías llegado a percibir. Pero conforme iban pasando los minutos algo en ti se revolvía por dentro: era rabia.
La rabia inundó el coche como un humo caliente que salía por las ventanillas. “Me ha tratado como si fuera su chacha”. Tu marido también estaba molesto pero callaba. Tú en cambio, no podías dejar de echar sapos y culebras por la boca: “y no sólo me ha tratado como si fuera su chacha sino como si fuera su chacha torpe y ella, con sus modales exquisitos me estaba diciendo ´tú no sabes hacer las cosas, yo sí, mira, te lo demuestro´”. Desde entonces a esa experiencia la llamas, la experiencia de la “Chacha torpe”.
Aquello pasó pero te has sensibilizado y eres capaz de descubrir más experiencias de la “chacha torpe” en ti o en otras personas. La descubres cuando la persona más cultivada destroza con sus argumentos la opinión de otra persona con menos formación que simplemente hablaba por comunicar algo. La descubres en quienes pierden la paciencia ante las pérdidas sensoriales y de todo tipo de esa persona mayor y le echan en cara su deterioro (¡estás sorda!). La descubres en quienes ridiculizan los fallos del otro, en la burla, la crítica por la crítica, la crítica destructiva que sólo se fija en lo negativo sin tener la generosidad de valorar aunque sea un pequeño matiz de algo. Está en la arrogancia, el menosprecio, en ponerse a subrayar los errores y las torpezas de la otra persona….
Ésta es la propuesta para el año nuevo que acabamos de empezar: ¡No más chachas torpes! ¡No más señoras señoronas! ¡No más señores señorones! ¡No más arrogancia! ¡No más burlas! Más paz y más cariño para todos.
(chacha: nombre femenino. Coloquial despectivo. Sirvienta o asistenta de una casa)
Publicado en la prensa en enero de 2017:
http://www.noticiasdenavarra.com/2018/01/14/opinion/cartas-al-director/la-chacha-torpe
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Patética la arrogancia , muchas veces vestida de muy buenos modales… ese zasca con soberbia y sonrisita… Y encima pagando nada barato…Qué patéticos los dueños. Pero ese es su carácter, serían igual detrás de un mostrador ,o trabajando en una gasolinera. Los comercios y las empresas son las personas que los llevan…
Feliz 2018 , que no empañe este contratiempo tus ganas de viajar y de disfrutar en familia….Y que vivan las chachas torpes, que son las que hacen el trabajo cantando!!
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¡Feliz año, Ángela! La arrogancia es siempre patética. Creo que todos podemos estar en cualquiera de los dos papeles según las situaciones: podemos mostrarnos arrogantes o podemos sufrir la humillación. Me gustaría que este relato ayudara a reflexionar sobre ello. ¿Con quiénes nos mostramos soberbios, a quiénes intentamos «machacar», a quiénes despreciamos…? Y, sabiendo el sufrimiento que es sentirse «la chacha torpe» nos propongamos cambios para vivir todos mejor, con más paz y más cariño.
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