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Texto: Susana Aragón Fernández

Llega la Nochebuena como la sueña un niño, entre el olor de las castañas asadas en la calle, entre las luces que adornan la ciudad, entre la niebla que envuelve de naranja el aire y el paseo, entre los cantos graves y potentes de los pastores de Belén.

Llega la Nochebuena con el niño Jesús, con María y José en Belén en un establo al calor de los animales. Sin otro lugar donde nacer, entre la tierra y el cielo, con las estrellas como único adorno.

La Nochebuena es buena nochebuena cuando consigo descubrirte entre tantos estímulos, cuando puedo detenerme y mirarte, cuando presto atención a todos esos detalles que nos unen y dejo brotar la alegría infantil del simple encuentro.

La Nochebuena es buena nochebuena cuando los que no están hoy cenando con nosotros pero años atrás sí que estuvieron, tienen un hueco en nuestro recuerdo y están presentes despertando nuestro cariño más allá del dolor por su ausencia.

La Nochebuena es buena nochebuena cuando me importas más tú que el regalo que me has hecho o el regalo que no me has hecho, cuando descubro los regalos que no vienen envueltos como la presencia de los adolescentes en la sobremesa cantando villancicos, charlando… alejados milagrosamente de sus móviles y demás tecnología.

La Nochebuena es buena nochebuena cuando cojo mi amargura y peleo con ella para salir del dolor y busco soluciones para estar mejor, para mejorar mis relaciones con los más cercanos, incluso cuando pido ayuda para esto si la necesito.

La Nochebuena es buena cuando quiero quererte mejor, salir de mi egocentrismo, de sólo ver lo que yo necesito para percibir lo tuyo, lo que te hace bien, lo que necesitas. Cuando te miro con ternura es buena la nochebuena.

La Nochebuena es buena cuando me ayuda a sentir con fuerza mis deseos más profundos hasta darles forma y cuando me ayuda a permitirles hacerse realidad. Es buena la nochebuena que me recuerda lo que verdaderamente importa.

Es buena la nochebuena cuando me recuerda el Amor.

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