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Texto: Susana Aragón Fernández
Es verdad que lo que te rodea está bien, en otro tiempo lo valoraste como muy bueno: Carol, tus hermanos y sobrinos, todos tus buenos amigos, las cenas, las excursiones, los periódicos, los libros… el proyecto de cambiarte de piso a la zona que siempre habías soñado, cercana a donde pasaste tu niñez… Todo está bien, todo estaba bien: los viajes por Extremadura, por las playas del sur, las rutas montañeras que terminaban en una buena cena por Zaragoza o Tudela, el vino, el fútbol, el Madrid, tu equipo favorito, tu gabardina bohemia y tu aire varonil. Todo está bien, todo estaba bien.
No sabes por qué de repente, todo dejó de tener sentido. La música que siempre te acompañaba en casa dejó de sonar. También dejó de sonar la radio del coche: los tertulianos que siempre escuchabas llegaron a causarte hastío. Los paseos de cada mañana para ver cómo va despertando la ciudad desde la Medialuna: la silueta del Monte San Cristóbal, las huertas llenas de lechugas de la Madalena, los caballos de Goñi… La excursión tradicional con los amigos al pueblo de las calles del aroma embriagador para comprar los pimientos asados perdió su color y hasta su sabor. Los periódicos que comprabas a diario se te acumulaban en la mesa del comedor, esperando ser leídos.
Cada mañana despertar se convirtió en una pesadilla de dolor, pero un dolor muy difícil de explicar. El dolor por los padres que se fueron y que de repente añorabas como no te podías imaginar que pudiera añorarse. El dolor por el paso del tiempo y las despedidas recientes: María, la mujer de tu hermano al que acompañabas mientras él sufría la enfermedad de ella y en su reciente viudedad. El dolor por la vida que se te va yendo, por esa imposibilidad de ser feliz. El dolor por el libro que no escribiste, el árbol que no plantaste, el hijo que no tuviste. El dolor por no poder creer en ese Dios que da sentido a la vida de tu hermana… La luz de la mañana te hiere el alma y el sueño se te va haciendo cada vez más escaso.
Carol está preocupada y daría su vida por poder ayudarte. La miras con la mirada del que se está hundiendo en un pozo y no tiene fuerza para salvarse. La miras con el grito ahogado que no acaba de salir, temiendo agarrarte a ella y caer los dos en el abismo. La quieres y a la vez sientes que la tierra flojea ante tus pies, que el dolor rodea tu cuerpo como si una colmena entera de aguijones se clavara en tu alma y ese grito desgarrador que necesita expandirse, lo retienes dentro y dentro va destrozando tu amor y tu esperanza.
Los amigos están preocupados y no saben cómo pueden “levantarte la moral”. Algunos intentan hablar contigo, otros te acompañan en silencio sin atreverse a abordar el dolor, y otros le quitan hierro a cualquier comentario de malestar “¡eh, que aquí estamos nosotros para lo que haga falta!”. Pero el dolor permanece y día a día es mayor: le está ganando el terreno a la vida.
Esa mañana fría de invierno, de un año recién estrenado, has salido de tu casa y te has asomado a los campos, a la niebla de los barrios, has visto la silueta cotidiana del San Cristóbal. La amargura te lleva arrastrando tu alma encerrada y destrozada, tu dolor no puede ser más grande. Esa es tu última mañana. “Cuida de Carol”, es tu último mensaje de wasap enviado a tu hermano.
ROMPE EL SILENCIO: Teléfono para la prevención del suicidio 717 003 717
(Atención: 24 h al día los 365 días del año)
http://telefonodelaesperanza.org/
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Publicado en la prensa: http://www.noticiasdenavarra.com/2017/10/09/opinion/cartas-al-director/cuida-de-carol
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