Fotografía y texto: Susana Aragón Fernández
Podría llamarse Amina, o Raissa, Fátima o Karima… Imaginemos que se llama Karima, que significa mujer generosa y noble. Es el día del chupinazo en el pueblo donde ha llegado a vivir hace unos pocos años. Después del cohete una máquina lanza espuma por su boca como bestia enrabietada para hacer las delicias de la chiquillería (a la máquina sólo le falta la ambientación, tener forma de dragón o monstruo). Sus hijas se han lanzado a ese mar de espuma y disfrutan zambulléndose. Karima siente un gran amor por sus hijas y vive cada momento con ellas con ese conocimiento interior muy claro: cada día es un paso más hacia una despedida que le llegará cuando las niñas vuelen sus propios vuelos, hagan su propia vida, de la misma manera que lo hecho ella.
Ella sabe, como tú y como yo, que cada día es un encuentro y una despedida. Contempla a sus hijas, cómo crecen, cómo aquella bebé primera ya es capaz de hacerle pequeños recados acompañada de aquella bebé que nació después.
En el momento del nacimiento sólo se cortó el cordón umbilical. Y, en su lugar, otro cordón, digamos que espiritual, creció con fuerza como las robustas raíces de un roble, uniendo sus almas.
Karima disfruta de sus juegos, de sus ocurrencias, comparte sus penas y disgustos… intenta ser una buena madre para ellas. Su sonrisa y sus brazos les alimentan tanto como el cuscús o las brochetas de carne que les prepara cada día. También intenta enseñarles cómo hay que vivir para ser una buena persona. Les enseña cómo son las cosas por el país de los abuelos y cómo son las cosas por aquí. Qué cosas son buenas de aquí y de allá. Quiere que crezcan sanas y fuertes, que mantengan sus raíces y que sus alas se hagan día a día más grandes.
Quiere transmitirles todo lo que para ella es importante en su vida: su amor por la familia, el cuidado de los detalles cotidianos, las oraciones que ella ha aprendido, las nuevas costumbres del país que la ha acogido y que ve beneficiosas para sus hijas… y a la vez quiere compartir con su familia, allá en su tierra, los momentos de felicidad que vive, quiere compartir con sus propios padres y hermanos la chispa y la alegría de sus juegos, de sus risas y sus miradas de complicidad.
En el inicio de las fiestas del pueblo, Karima las mira, embelesada, como muchas veces. Y por recoger ese momento en una foto, se lanza ella también a la espuma, sin pensar cómo quedará su calzado y su ropa.
¡Pasión de madre!
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