Fotografía: Alex Shutin
Texto: Susana Aragón Fernández
Mírala allí, a la orilla del río: es la garza del Arga. Con su porte elegante avanza con pasos majestuosos y sobre todo se detiene a ver el agua del río pasar, a ver las estaciones pasar, a ver la vida pasar. Ahí está, y muchas veces no está. Pero vuelve siempre con sus grandes alas desplegadas. Cuando quiere, vuelve. Desde el puente puedes apreciar su plumaje y su altura. Puedes admirar su vuelo lento y pararte a CONTEMPLARLA y escuchar su historia.
Hubo un tiempo en que la garza escuchaba siempre lo fuerte que era, todos se lo decían y ella terminó creyéndolo. Todavía vivía en el nido con su familia y de vez en cuando daba saltos probando sus alas. ¡Qué fuerza tienes, eres realmente muy fuerte!, es lo que oía un día y otro. Así, ella ayudaba a sus hermanos en todo lo que podía. Y no sólo a sus hermanos. En el nido vecino, una garza de su edad perdió a sus padres repentinamente. Fue su primer encuentro con la muerte. Todos se compadecían de su amiga huérfana y ella, la garza del Arga, tan fuerte como siempre había escuchado ser, sintió que tenía que ayudar a su amiga que estaba hundida con su desgracia. Ella le cuidaría y esa fue la decisión que tomó. Se haría cargo de ella. Y sin haber aprendido su propio vuelo, cargó con su amiga, que se aferró a ella de tal manera que con el paso de los años ni una ni otra habían practicado su propio vuelo. Su vuelo libre y ligero.
Pero el fuego del deseo de volar ardía dentro de su cuerpo y después de mucho tiempo y después de mucha lucha interna, tomó la decisión: cada una debería aprender su vuelo. Y dejó de encargarse de su amiga para volcarse en su propio vuelo: debía recuperar el tiempo perdido de su propio entrenamiento. Al principio empezó con mucho miedo, creyendo que todo estaba ya perdido, creyendo que ya era demasiado tarde. Con miedo a la altura y a la soledad. Después, con una creciente seguridad. La amiga se enfadó mucho, mucho. Creía que la garza del Arga estaría siempre a su disposición. Estaba rabiosa y no sabía qué hacer. Tampoco confiaba en poder emprender su vuelo porque llevaba tiempo instalada en la queja: se quejaba continuamente de su suerte en vez de practicar el vuelo libre.
La garza del Arga sintió cierta culpabilidad por dejar a su amiga para poder ocuparse de ella misma, pero en el fondo estaba contenta porque sabía que estaba respondiendo a ese anhelo que bombardeaba en su pecho. El vértigo y la incertidumbre inicial dieron paso a una gran sensación de felicidad y satisfacción por haberse atrevido.
Con el paso del tiempo la garza del Arga aprendió a elevarse con sus amplias alas, se liberó de la culpabilidad, aprendió a disfrutar de cada detalle de la vida, aprendió que ese brillo plateado entre las aguas es el de los peces que al girar brillan al sol. Aprendió que su vuelo es más ligero si no lleva peso y que esa felicidad de la que se ha llenado es lo único que puede ayudar a otros a cumplir sus destinos y sus sueños, lo único que puede contagiar vida. Ahora vive sus días alegre y abierta a todo lo que se le presenta: siente el agua en sus patas, se eleva volando por el cielo entre los arbustos, se refugia cuando hay tormentas y cuando siente el peligro, busca su comida cuando siente hambre…
Ahí está ahora, parece haberte vislumbrado en el puente. Puedes convertirla en tu “mascota libre” y CONTEMPLARLA simplemente. Ella cuida de sí misma, a fin de cuentas es una mascota libre. Puedes dejar que te cuente sus historias y te pregunte: “¿y tú, qué tal llevas tu vuelo?”
Fotografía: Susana Aragón Fernández
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Me ha gustado mucho la sensación de libertad que transmite y tu estilo personal cuidado, conectando con sentimientos profundos a veces difíciles de explicar y tu lo haces sencillo y hermoso. Gracias Susana
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¡Muchas gracias por tu valoración, Ana! Me animas mucho a seguir escribiendo e intentando»atrapar» momentos de vida. Un abrazo.
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