Fotografía: Viktor Kirn
Texto: Susana Aragón Fernández
Es un bonito día de comienzos del verano, un día en que todo promete, el tiempo y los días que se alargan, los olores que llenan la ciudad… Esa tarde te llegan seguidos varios mensajes de wasap de tu hijo adolescente: “Mamá”, “Que me han robado la bici”, “Han cortado el candado”, acompañado de la foto donde aparece su mano sujetando el candado partido en dos. Quedáis, ya hablando, no wasapeando, y vais a poner la denuncia a la Policía Foral. “¡Era una bici tan bonita… se la regalamos el año pasado para su cumpleaños!”, le contabas al policía que apuntaba los detalles de lo sucedido y éste, comprendiendo la pena te respondía “Sí, yo también les cojo mucho cariño a las bicis”, ante la actitud callada de tu hijo que estaba pasando un poco de vergüenza con ese tipo de comentarios.
Foto: Miguel Azcárate
Sin haber transcurrido ni 24 horas recibes una llamada. ¡Han recuperado la bici! “Podéis pasar a recogerla”. Una llamada que te llena de ALEGRÍA, ADMIRACIÓN y AGRADECIMIENTO por la eficacia de la Policía Foral y por recuperar la bicicleta. Esta admiración y agradecimiento permanecen en ti, aunque pase el tiempo, en cambio la alegría va cambiando conforme vas conociendo más de la situación.
El autor del robo es un chico de 16 años (¡vaya, como tu hijo!, piensas), que lleva meses en España y del que su madre “no puede hacer carrera”. Había robado la bici con idea de venderla y en ese trayecto lo detuvo la policía. Has sido tan rápida en acudir a las dependencias policiales que te comentan “es la primera vez que se va antes el objeto robado que el autor del robo”. Así que el chaval está ahí. Y esa señora que estaba esperando y ahora va acompañada de un policía debe de ser su madre. No has podido verle bien, pero te pones a pensar en que ella también, como tú, ha recibido una llamada esta misma tarde. Para ti la llamada ha sido de alegría y para ella ha sido como un puñal “Venga por comisaría que hemos detenido a su hijo por robar una bicicleta”.
Quién sabe lo que habrá tenido que pasar esta señora, irse de su país dejando a su hijo con familiares para poder buscar un futuro mejor. Los años que pasan persiguiendo ese sueño y el hijo creciendo no sabemos en qué entorno. Y, llegado el momento de poder cumplir su anhelo de traerle de su país, retomar la vida familiar que se cortó hace años, darle unos estudios o un oficio… el niño aquel ha venido con una trayectoria, unas vivencias y una dificultad añadida de sus años adolescentes que tiran por el suelo todas las ilusiones de su madre de una vida mejor. Tu alegría se contagia del dolor de esa madre, de esa impotencia mezclada de vergüenza, soledad y desesperación.
Dos llamadas en una misma tarde de domingo.
Fotografía: Kostas Katsouris
Publicado en la prensa en agosto de 2016
http://m.noticiasdenavarra.com/2016/08/18/opinion/dos-llamadas-en-una-misma-tarde
Si te ha gustado lo que has visto o leído en esta entrada, si te ha animado a reflexionar sobre algo, si te ha recordado algo de tu vida, si te ha provocado una emoción… o simplemente te ha entretenido, puedes darle a «me gusta» o puedes escribir un comentario que hace mucha ilusión recibir. También puedes invitar a tus amigos, a tus amigas, a tus familiares… a seguir este blog si crees que les puede gustar. ¡Muchas gracias por estar ahí!
Me ha encantado esta entrada. Me ha hecho recordar como a mí también me robaron la bicicleta. Creo que tendría esos años, 15 o 16. ¡Qué disgusto!
Recuerdo que la até con candado a la verja del instituto de Ermitagaña donde estudiaba. Bajé a por ella y no estaba. Miraba una y otra vez, pensando que no era verdad…
Era una «Mobilette Gac», aún me acuerdo…, y con tristeza y miedo llegué a mi casa. Era la única bici para los cuatro hermanos. No denuncié. No recibí llamadas. Pero siempre pensé en quien se la habría llevado y en que ojalá la necesitara más que yo.
Seguro que tu hijo también habrá aprendido mucho de este suceso.Gracias por recordarnos que detrás de cada acontecimiento hay historias y personas. Creo que es bueno dejarnos interpelar. Un abrazo
Me gustaMe gusta
¡A mí también me robaron la bici con esa edad, Angelines! Y me quedé pasmada cuando encontré sólo el candado en la farola de la Medialuna (seguramente la había candado mal) y ni rastro de esa bici con la que me movía por toda la ciudad…. Con los años, una vivencia parecida ha tenido otras tonalidades y profundidad. Vaya, que no todo es blanco y negro, jeje.
Gracias por compartir tu experiencia también, Angelines. Un abrazo
Me gustaMe gusta