
Vale, hay que renovar la vida de nuestras escuelas. Vale, todo ha quedado desfasado, obsoleto y los nuevos dogmas pisan todo lo pasado, incluso los detalles más valiosos que necesitarían su lugar: la atención, el respeto, el silencio, la memoria, la concentración, el esfuerzo, la escucha, la reflexión… Quedan desterrados el teatro, la poesía, la redacción, los libros, la caligrafía, el arte… Todo a la basura, sin opción de reciclado, para dejar un inmenso vacío que ha de ir llenándose a base de las “paladas” de muchos brazos formados en teorías y libros e ignorantes del día a día entre pupitres y recreos. Robótica, tecnología de vanguardia, dispositivos de realidad virtual, infraestructura moderna, mobiliario flexible… sin tabiques, por supuesto, que se lleva el estilo loft.
El vacío intenta desesperadamente llenarse, de lo que sea. Es como un potente imán que atrapa a cualquier cosa que le rodea, cualquier tendencia, cualquier ocurrencia que pasaba por ahí, y destierra con desdén de recién llegado lo que un día ocupó un espacio de paz, de concentración y de aprendizaje. Ese vacío se llena de movimiento, espacios flexibles en su definición pero que, encajados en un imperio de pantallas no lo son tanto. Dispersión, actividades y conversaciones a la vez en el mismo espacio… ruido, ruido y más ruido.
El vacío es deslumbrado por esas luces de colores que a veces chisporrotean en los cielos nocturnos y desprecia la calma de las noches estrelladas, las noches calmadas y oscuras adornadas con sonidos de aves nocturnas y chicharras, las noches donde escuchar una voz. El vacío quiere vivir en esos fuegos de artificio, incapaz de apreciar la noche de ayer y de hoy, la noche tranquila, sin cohetes, silbidos, petardos…
Llegan las aulas del futuro.

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