Efetá

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Photo by Wadi Lissa on Unsplash 

Texto: Susana Aragón Fernández

Él nos escuchó tranquilo, como si en el mundo no tuviera nada mejor que hacer que escucharnos. Y aunque de vez en cuando llegaban sonidos de mensajes que le llegaban al móvil, él ni se inmutaba. Como si no los oyera. Sólo tenía ojos y oídos para nosotros, que nos sentimos escuchados como nunca, como si fuera la primera vez que alguien nos escuchaba. Con sus ojos en nuestros gestos, con sus oídos en nuestra angustia como si su cuerpo se hubiera convertido en un confortable sofá donde podíamos descansar, tal fue el acogimiento que sentimos en esa conversación.

Habíamos salido de África hace ya unos cuantos años con la ilusión de mejorar nuestra vida y la de los nuestros. Soñábamos con conseguir un buen trabajo que nos permitiera apoyar a nuestra familia y evitar que todos tuviéramos que dejar la aldea. La idea de regresar algún día también viajaba con nosotros.

No me voy a detener en nuestro viaje de Nigeria a España. Ese relato, un tanto adornado lo hemos contado a nuestros hijos una y otra vez. No se cansan de escucharlo. Empieza con la última fiesta del ñame entre nuestra gente, la despedida y las aventuras del viaje. Ellos aman aquella tierra sin haberla pisado todavía. El verdadero relato, por lo menos los aspectos más duros, lo contaremos cuando crezcan un poco más.

Nuestro segundo hijo, Chioke, que significa “regalo de Dios”, desde que nació ha sido un niño diferente. Nos ha costado mucho entender qué le pasaba: por qué no reaccionaba como esperábamos, por qué parecía estar siempre a su aire, sin hacernos caso… Al principio los médicos tampoco se arriesgaban a decir “le pasa tal cosa”, “o tiene tal enfermedad” y nosotros dábamos vueltas y vueltas a la preocupación. Estábamos angustiados. ¿Qué podríamos hacer por él? ¿Cómo atraerle a la vida normal de un bebé, a la vida de un niño pequeño? ¿A los pequeños juegos familiares?

Tanta era nuestra preocupación que, siguiendo los consejos de nuestros padres, contactamos con Andwele, el guardián de nuestra cultura, que conoce mil remedios para los males de este mundo y nos envió desde nuestra tierra un amuleto para alejar los malos espíritus que, según él, podrían estar ocasionando esos trastornos en nuestro hijo.

Chioke llevó mucho tiempo ese amuleto y nosotros estábamos expectantes para ver los cambios: su transformación. Pasaba el tiempo y no llegaban esos cambios deseados.

Un domingo de abril, después de misa, acudimos a hablar con el párroco con la idea de plantearle el bautizo de nuestros hijos, porque nosotros, aunque mantengamos costumbres de nuestros antepasados, somos cristianos. Tal como he empezado contando, nos sentimos tan escuchados…. que le contamos toda nuestra angustia con Chioke y le pedimos que hiciera una oración especial por él o lo que estuviera en sus manos. Él, con su cabeza blanca resplandeciente de canas, nos tomó en serio y pensó un poco antes de decir despacio estas palabras: “bueno, en el momento del bautizo, al decir la palabra “efetá”, que es una palabra hebrea y significa “ábrete”, con él lo haremos con más intención e intensidad”.

Han pasado algunos años de aquello y Chioke ha ido creciendo. No se consiguieron los cambios que queríamos para él. Pero hoy siento que aquella palabra “efetá”, que es una oración en una sola palabra, nos trajo los cambios a nosotros. «Efetá: ábrete«. Nos ayudó a abrirnos a nuestro hijo, abrirnos a lo diferente, abrirnos al reto de un hijo especial, abrirnos a conocerle, abrirnos a quererle sin intentar cambiarlo, abrirnos a valorarlo como lo que significa su nombre, como el regalo de Dios que es.

https://www.youtube.com/watch?v=1tzZrY0L9WU

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